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El Telégrafo
Lucrecia Maldonado

La cultura del rumor

20 de agosto de 2014 - 00:00

En la época en que Rafael Correa ganó la Presidencia por primera vez, la adolescencia de mis hijos me estaba pasando una factura bastante alta. Por aquel entonces corría el rumor de que el Estado nos ‘quitaría’ nuestros niños para adoctrinarlos según sus perversas ideologías, como ya mismo iba a suceder en Venezuela, poco antes que aquí. Se lo escuché decir incluso a un conocido radiodifusor en su programa diario. Lo esperé con ansia, aunque sea una semanita. Nunca sucedió.

Esto nos da la medida de hasta qué punto nuestra sociedad se mueve a base de rumores y suposiciones. Cualquier persona, en cualquier ámbito, suelta bulos tan terroríficos como:

-Han hecho una ley que va a autorizar intervenir las cuentas en el banco.
Entonces a una se le descoyunta la mandíbula y con la poca tranquilidad que le queda, pregunta:
-¿Han ‘hecho’ qué…? ¿Quién? ¿De dónde sacas eso?

Y, al mayor estilo de Susanita de Mafalda, se te van encima con la información detallada:
-Es verdad: el primo del cuñado de mi compadre trabaja en la Vicepresidencia y él le contó a mi tía…

No llega a pasar, igual, pero una información de ese tipo puede causar cataclismos económicos impredecibles. Y ahora, en tiempo de temblores, no falta quien desaprensivamente dice cosas como:
-No lo quieren divulgar, pero se sabe que los temblores que hay son precursores de un sismo de 7 grados Richter que va a pasar el domingo de noche.

Lo dicen muy sueltos de huesos, como quien comenta el estado del tiempo o pregunta la hora. ¿Fuente? Igual: el tío de la no sé quién que trabaja en el Inamhi… (¿qué tiene que ver en esto el Inamhi?) ¿Intención? Las ganas de conversar. ¿Bases científicas o lógicas? Ninguna. Ignora la persona en cuestión que, en lo que va de la historia de la humanidad, nunca se ha logrado predecir un sismo. Ignora que, incluso en el hipotético caso de que así fuera, para algo existen fuentes de información oficiales, sobre todo en caso de siniestro o emergencia. E ignora algo más importante: la cualidad de bola de nieve que tienen los rumores.

Aquello que decían antiguos textos escolares en sus pequeños cuentos con moraleja: Las palabras que se sueltan son como cenizas al viento, una vez que se van, ya no se pueden recoger. Y el daño que hagan, raras veces se puede reparar. Corridas bancarias, pánico ciudadano, ansiedad innecesaria en nuestra propia familia… y todo porque nos encanta tanto esta cultura del rumor que no podemos sustraernos a ella, ni siquiera al pensar en sus desastrosos efectos.

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