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El Telégrafo

La crisis actual (3)

04 de junio de 2012

Se tiene conciencia de que un ajuste radical podría precipitar una caída brusca y fuerte del PBI de los países desarrollados, por lo que se sugiere continuar la política actual, pero existe el temor de que demorar la toma de estos ajustes puede descontrolar cualquier ajuste posterior. Por eso muchos economistas proponen el ajuste inmediato, que consiste en despidos masivos, reducción del salario, recortes al gasto social y a la inversión pública, con el fin de disminuir el déficit fiscal. Algo que ya se está haciendo en Grecia y se va a hacer en España, Italia y Portugal. 

El alto desempleo es otra muestra de la gravedad de la crisis. En los Estados Unidos se acerca al 10%, en España supera el 20% y en Europa del Este, donde el eurosueño se ha perdido y persiste la añoranza por el viejo y arrugado socialismo, el nivel de desempleo es escalofriante.

Este fenómeno impide que la economía se reactive, pues el consumidor, al perder la confianza ante lo incierto del futuro, disminuye su nivel de consumo. El desempleo ha alcanzado en Europa el promedio del 10%, sin embargo hay más superproducción y más productos en el mercado que los que son adquiridos, lo que provoca un alto nivel de paralización de las fábricas, que a su vez repercute en el desempleo, lo que crea un círculo vicioso muy difícil de romper.

La crisis actual es un efecto directo de la globalización, porque los productores de los EE.UU. y Europa, al buscar producir a un menor coste, lo hicieron buscando los bajos salarios existentes en la China y la India.  Al mismo tiempo, el norteamericano medio se ha endeudado para consumir productos chinos; en consecuencia, el déficit comercial de los EE.UU. es enorme y su desempleo elevado. Este desequilibrio entre ambas potencias es un factor determinante en la crisis actual. En consecuencia, los Estados Unidos y la China se han convertido en una especie de hermanos siameses que no se soportan mutuamente.

Culpables para la actual crisis no faltan: los banqueros ambiciosos, los políticos venales, los prestamistas imprudentes o una combinación de los tres. También surgen preguntas: ¿Cómo es posible que haya pasado lo que pasó?, puesto que ni siquiera un banquero sin escrúpulos quiere perder su dinero. ¿Por qué se tomaron riesgos tan suicidas? Tal vez la respuesta la dé la mitología griega, cuyo primer hombre, Epimeteo, no veía más allá de sus propias narices; o el poema de Goethe, “El aprendiz de brujo”, cuyo solo nombre lo dice todo.

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