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El Telégrafo

La celebración del Año Nuevo

02 de enero de 2014 - 00:00

La más antigua fiesta de Año Nuevo de la que se tienen referencias históricas se celebraba en Babilonia (actual Irak), hace 5 mil años.

Los antiguos romanos consideraban el primer día del año, el 25 de marzo, que era cuando comenzaba la primavera. Para entonces, era común el uso de calendarios lunares más adecuados a los ciclos agrícolas.

En el año 153 antes de Cristo, a fin de poder planificar con tiempo las campañas militares de las guerras celtibéricas, se declaró el 1 de enero como primer día del año, mediante un decreto del Senado romano.

Según la tradición judío-cristiana, el primer día de enero coincide con la circuncisión de Cristo (al octavo día de su nacimiento), cuando recibe el nombre de Jesús (según el evangelio de Lucas).

Durante la Edad Media, la fiesta del primer día del año cambió 12 veces. Entre los siglos XI y XIII se sacrificaban diferentes animales el primer día del año: chivos, terneros, becerros, cervatillos, gacelas, renos, antílopes.

El calendario gregoriano, que es el que actualmente se emplea en casi todo el mundo, debe su nombre al papa Gregorio XIII y sustituyó al calendario juliano en 1582. Se creó para ajustar el calendario civil con el calendario litúrgico. El año que se implantó el calendario que hoy nos rige se denominó ‘Año de la Confusión’, pues para arreglar los desajustes hubo que contabilizar 455 días y agregar 2 meses de 33 y 34 días entre noviembre y diciembre.

La tradición de comer 12 uvas para despedir el año proviene de Madrid, en 1899. En tanto, según algunos historiadores, el origen europeo de la quema de un monigote tuvo lugar durante la Semana Santa, cuando se colgaba y luego se prendía fuego a la imagen de Judas. Luego el monigote, ya calificado de ‘judas’, fue cambiando de identidad; y así, el primero en ser quemado ritualmente en tierras americanas habría sido ni más ni menos que Américo Vespucio, quien diera el nombre a nuestro continente.

Mientras que en el ámbito nacional, la quema de monigotes es originaria de Guayaquil, iniciándose en la década de 1890 en el barrio del Astillero, en donde los jóvenes rellenaban sus ropas viejas con aserrín para quemarlas a la medianoche del 31 de diciembre, con el propósito de eliminar todo lo malo y negativo que había dejado el año que terminaba. Con el tiempo esta tradición fue evolucionando hasta confeccionarse monigotes de políticos y personajes, repudiables o admirables del año viejo.

El asunto del que estoy convencido es que esta fiesta propia de fin de año tiene sus orígenes en Ecuador y veo con preocupación que algo con un potencial extraordinariamente turístico se lo están apropiando otros países, como Colombia, Perú y hasta Venezuela.

En consecuencia, defendamos el origen de la fiesta de fin de año en nuestro país, que así como el carnaval de Río de Janeiro es el mejor del mundo, la celebración del Año Nuevo en Ecuador con la quema de los monigotes es definitivamente la mejor del mundo.

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