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El Telégrafo

La boa constrictora

08 de mayo de 2013 - 00:00

El comercio internacional es como una boa constrictora que engulle a los países en desarrollo, si no están preparados. Las reglas comerciales internacionales son tan injustas y desiguales que terminan por perpetuar la misma estructura productiva que se configuró en siglos pasados.

Todo comercio internacional es regulado. No existe libre comercio. Ese es un eslogan muy bien aprovechado por el neoliberalismo que continúa campante dándose las vueltas con sus carteles a lo largo y ancho del mundo. Los que sí existen son los tratados de libre comercio (TLC), que son las formas de regular el comercio a favor del gran capital del Norte.

En la vida real no hay el libre comercio. Lo que se conoce con ese nombre es al conjunto de normas que, en general, podrían catalogarse como OMC-plus, por constituir reglas que superan las condiciones establecidas en el tratado multilateral de la Organización Mundial del Comercio (OMC). Por eso es tan importante la dirección de la OMC que se discute en estos precisos momentos a nivel internacional. Esas normas parten de la validez de los teoremas clásicos de comercio internacional, muy cuestionados por manejar supuestos irreales: ausencia de costos de transporte, omisión de factores geopolíticos, extensión de la idea de mercados perfectos en el plano internacional.

En la práctica, estos supuestos no se aplican.Un ejemplo: los subsidios que mantienen los países capitalistas centrales en beneficio de sus sistemas agrícolas y en contra de los agricultores del Sur.

Otro aspecto clave es el conjunto de normas que van más allá del comercio y del sistema de los aranceles, que se vuelve fundamental en la estructura del comercio internacional. Juegan un rol central las barreras para-arancelarias (reglas e instrumentos, por medio de las cuales se restringe la entrada de productos) y las normas de origen, que son aquellas que definen y verifican la cualidad de un producto nacional. Tanto las barreras para-arancelarias como las normas de origen son artilugios para evitar el ingreso de productos que no les convienen.

Un aspecto de funestas consecuencias para el desarrollo propio (endógeno) es el respaldo de los TLC a los derechos de propiedad intelectual, tan necesarios para mantener las brechas tecnológicas de todo tipo entre Norte y Sur. Así, no es posible reducir la diferencia tecnológica y de competitividad: importamos basura y obsolescencia programada.

Una clave para romper esta dependencia es concebir el comercio como una herramienta de la política productiva nacional, y no a la inversa. La actuación en conjunto, mediante bloques que favorezcan nuestra integración -como es el caso del Mercosur-, debería ser una estrategia regional a seguir. Esa sería la única manera de impedir que nos devore la boa constrictora del libre comercio, que hoy con habilidad busca cercarnos.

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