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El Telégrafo
Juan Francisco Román

La abogacía, una profesión impune

09 de agosto de 2022 - 00:00

La carrera de Derecho, Jurisprudencia, ciencias de la justicia o como sea que la llamen ahora en las universidades, ha descendido más de lo esperado. Esos chistes y bromas que hacen otras profesiones donde se hace entender que el abogado es un pillo, tienen fundamento, pruebas y razones cotidianas y diarias.

No debe ser raro o extraño que usted, querido lector, haya visto en las noticias que un abogado en defensa de un pillastre, ladrón o corrupto, presentó una medida constitucional en un juzgado olvidado de la patria, que resultado de eso, nazca una sentencia que no tenía asidero jurídico y que en redes sociales cientos den las razones técnicas por las cuales, esa acción en específico, no debió ser ni conocida por un Juez.

También debió escuchar que algún sagaz “jurisconsulto” estafó a miles de personas engañándoles con acciones que no existían o esos abogadiles que se presentan ante un juicio político y sin media gota de sangre en la cara, le recomienda a la Comisión que conoce de un juicio, no acate una decisión judicial.

Tal vez no se dio cuenta que, en los juicios “históricos” como el de arroz verde se descubre una maraña de compañías y estructuras legales corporativas diseñadas en estricto apego a la ley y las reglas generales de negocios donde se escondían, pagaban y recibían, sumas extraordinarias de dinero sin que nadie se dé cuenta en perjuicio del Estado.

 Pues todas esas artimañas legales fueron hechas, pensadas y construidas por abogados extremadamente preparados y conocedores del sistema legal que, aprovechando sus contactos, conocimiento y temible inteligencia, lo hicieron realidad y con esto liberaron corruptos con sentencias ejecutoriadas, mafiosos y narcotraficantes, y burlaron al sistema de tal forma que el dinero robado de las arcas del país es tan imposible de seguir que prácticamente no lo van a devolver.

Pero la pregunta es ¿Por qué estos siguen ahí, libres, ejerciendo y sin nada que perder? Pues la pregunta es lo mismo que pasa con todo el sistema ecuatoriano, no sirve, está escrito, reglamentado, pero nadie lo aplica, pues la corrupción llega a tal nivel de decadencia que si la aplican nos quedamos con posiblemente cuatro abogados en el país.

¿Quién regula a los abogados y el ejercicio de su profesión? Pues la Federación Nacional de Abogados que tiene una ley y hasta un reglamento y de esta inoficiosa institución nacen, asimismo, los Colegios de Abogados que también están regladas y reguladas, pero si me preguntan para que sirven, la respuesta es simple, para nada.

Se supone, como debería ser en un país medianamente civilizado, que si un profesional burla al sistema judicial, presenta acciones claramente ilegales, acuerda con jueces una sentencia o en beneficio de su cliente, crea estructuras corporativas para lavar dinero o pagar coimas, no solo que debería enfrentar a la justicia penal, sino que no debería volver a ejercer su profesión en lo que le sobra de vida. Pero, una vez más, eso no es así.

El diseño de la famosa “Federación de Abogados” manda a crear tribunales de honor, en los cuales cualquier abogado que incumpla con la norma básica del derecho que es, respetarla, deberá enfrentar un proceso y de encontrársele culpable, deberá ser suspendido por lo que dure su condena y hasta podrá enfrentar la expulsión. Hasta el día de hoy no he escuchado a los entramados y famosos juicios de corrupción o de evidente uso doloso de la ley a un solo abogado suspendido de por vida del ejercicio de su profesión. ¿Raro? Para nada, cuando uno ejerce se da cuenta el poder de ciertos estudios jurídicos o apellidos de abogados, tanto así que en sus propias firmas irrespetan derechos laborales bajo la amenaza de “si no te gusta, demándame”.

Ahora, ¿Cómo solucionarlo? Pues debería ser lo más simple del mundo. Apliquen la ley y que el proceso de destitución y expulsión del profesional no deba ser con una denuncia escrita, como reza de la ley, más bien, la Federación debería servir para algo e investigar y oficiosamente llevar a un tribunal de honor al profesional que ha burlado la justicia, algo que nosotros, los abogados, juramos defender el día que nos graduamos.

La verdad es esta, nadie lo va a hacer, el peso del abogado impune es el que alimenta a la gran bestia que mantiene a este país agachado, pobre y violado todos los días, estos personajes siniestros que son evidentes también son necesarios para el diseño de pintar con supuesta legalidad la liberación de Barrabás, Aladino y sus cuarenta ladrones.

Pero, no todo está perdido, también hay de los abogados buenos, honestos, suficientes y capaces, esos que ayudan a liberar de una sentencia ilegal a alguien que no debería estar preso, esos que enseñan en silencio como hacer empresas en lugares recónditos, esas abogadas que defienden sin recursos a mujeres violadas. Por ellos, aún hay esperanza en esta golpeada profesión.

Es verdad, la mala práctica legal y corrupta trae consigo restaurantes caros y ostentosos, trajes de luces, carros rápidos y caros, oficinas elegantes y atención mediática, pero ese es el premio de los piratas, ese es el premio que dura poco y siempre se acaba, pues no lleva consigo algo que se llama, el honor de ejercer la abogacía y el buen nombre profesional.

La única lección de esta lectura es a esas mentes frescas en las aulas universitarias que ahora están regresando a la antigua Roma, al Código Civil de la compilación de Napoleón, a ellos este mensaje que tanto requiere la Justicia: el Derecho es el camino a la Justicia, y la Justicia es el fin único para vencer al tirano, la lectura y el conocimiento técnico es para ayudar a Temis, nuestra deidad, a que pueda escuchar lo correcto y sentenciar lo justo, está en ustedes que esta carrera vuelva a ser una esperanza para nuestra devastada sociedad.

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