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El Telégrafo

Julian, entre documentos secretos y condones rotos (I)

05 de julio de 2012 - 00:00

La historia de Julian parecería de aquellas que solíamos leer de niños, esas de acción, suspenso y drama,  de policías, agentes secretos y espías.

Hoy ni la historia ni la trama es distinta, lo que  la diferencia de aquellas historietas de nuestra niñez es que el protagonista es real y que no responde a las grandes agencias de espionaje de países poderosos.

Sin armas que quitan la vida, pero con grandes conocimientos en tecnología que le permitieron develar al mundo los secretos oscuros de grandes potencias y de grupos económicos corruptos,  Julian, el hombre, nos introdujo en una historia tan apasionante como altamente peligrosa.

El personaje de esta historia pone al descubierto un ecosistema de corrupción mundial, donde los que eran los buenos en las historias infantiles resultan ser los malos en la vida real. La dimensión de su descubrimiento le genera repugnancia y un nivel de indignación que no podía permitirse el lujo de permanecer pasivo.

Como todo héroe quería acusar, pero una y otra vez se preguntaba ante quién, ante qué tribunales. ¿Habrá tribunales de justicia incorruptibles y valientes que sean capaces de dictar sentencias de culpabilidad contra aquellos que manejan los hilos del poder? Se preguntaba a cada instante.

Con inmensas ojeras, con la pesadilla de conocer el riesgo que estaba atravesando, en una noche, mientras mantenía la mirada perdida, Julian, el héroe de nuestra historia, llega a la conclusión de que la mejor manera de protegerse es compartiendo la verdad descubierta con los ciudadanos del mundo. Y así, al amparo de una libertad peligrosa, ejerció el derecho de decir su verdad, tan solo exponiendo al mundo los documentos que había encontrado.

Julian causó mucho ruido, se activaron todos los protocolos de contingencias y los poderosos comenzaron a reaccionar. De inmediato aplicaron la estrategia más conocida desde la antigüedad, había que dañar la reputación del héroe para restarle credibilidad y convertir al bueno en villano.

Como en toda historia de agentes y espías, Julian tenía una debilidad, el gusto adictivo a las mujeres. Los agentes secretos de todos los países poderosos tomaron contacto con las bellas mujeres con que el galán de nuestra historia había compartido más de una noche y -como suele suceder en estos casos- las convencieron de acusarlo de haber cometido contra ellas delitos sexuales, por lo que hoy el personaje de esta historia se encuentra frente a un proceso legal.

Pero como a los poderosos no les importa la racionalidad de los argumentos, peor la verdad, cometieron una equivocación sorprendente, la que podría tirar abajo la estrategia de dañarle la reputación a Julian. La acusación no fue por violación ni por acoso, sorprendentemente fue por haber utilizado condones rotos. Continuará.

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