Ecuador, 29 de Abril de 2024
Ecuador Continental: 12:34
Ecuador Insular: 11:34
El Telégrafo
Pablo Salgado Jácome

Jean Carlos, el niño asesinado

01 de julio de 2016 - 00:00

Sí,  a veces nos negamos a ver, y sentir, nuestra propia realidad. Y nos negamos a asumir el horror que supone un crimen de esta naturaleza. Somos cobardes y preferimos mirar a otro lado. Nos negamos a rebelarnos frente a un asesinato de un niño de apenas ocho años.

Preferimos escandalizarnos con crímenes ajenos -aunque es cierto que todo crimen, en cualquier lugar del mundo, debe dolernos-. Y lo pasamos por alto, apenas si pestañeamos. Es un crimen más -uno cualquiera- que se pierde entre las decenas de noticias de crónica roja.

Sí, a veces eludimos conmovernos. Y preferimos mirar a otro lado. Dedicarnos a los temas ‘importantes’. A hablar de aquello que nos permite mostrar nuestros conocimientos y nuestra erudición, cuando -en verdad- solo intentamos ocultar nuestra cobardía. ¿O es que nuestro corazón está ya petrificado? Y, por tanto, es un crimen más, uno más que alimenta las estadísticas.

El país se conmociona ante el asesinato de las dos turistas argentinas. Y está bien, qué bueno que así sea. Que la muerte de las dos mujeres no sea en vano, y nos sirva para superar los prejuicios, el machismo y el sexismo y, sobre todo, para entender que las mujeres tienen derecho a caminar -solas y acompañadas- con libertad y seguridad.  

En la nueva Prosperina asesinaron a un niño -Jean Carlos- de apenas ocho años. Lo encuentran maniatado, con signos de maltratos y asesinado de un tiro. Era un niño que, para ayudar a su familia, vendía caramelos. Como muchos niños, Jean Carlos cayó en manos de traficantes de droga que reclutan niños para el microtráfico. Un día no entregó el dinero a los traficantes y estos lo torturaron y lo mataron. Apareció en las notas de crónica roja de los diarios y la televisión. Y punto.  Los ecuatorianos lo escuchamos, apenas parpadeamos, y pasamos página.

Un niño de apenas ocho años muere en esas circunstancias, y miramos a otro lado. Nos negamos a asumir que nuestra sociedad es en extremo permisiva y lo damos por hecho, como parte del paisaje. No somos capaces de rebelarnos. No solo de exigir justicia para sus padres, sino levantarnos contra el crimen organizado que no se conduele ante nada ni nadie. Que no le importa reclutar y utilizar niños pobres para su criminal negocio.

Mafias criminales que asesinan, corrompen, inundan de droga los barrios de ciudades de todo el mundo. Capos que -lamentablemente- luego son presentados en teleseries como jefes que conquistan el mundo y disfrutan del dinero y del poder. Como si ese fuera, para niños y niñas, el único camino para salir de la pobreza y conquistar el mundo, la fama y la fortuna.

Sí, a veces -¿siempre?- nos conmovemos con los asesinatos masivos, como el de Orlando, o los atentados en París o Estambul, pero no con el asesinato de uno de nuestros niños, de apenas ocho años. Claro, es un niño pobre, de una familia pobre, de un barrio pobre de los suburbios de Guayaquil.

Sí, a veces -como hoy- me avergüenzo de mirar a otro lado. De no asumir y no conmoverme, ni rebelarme frente a cada asesinato, como el de Jean Carlos. O como el de Xavier Hidalgo. Y como tantos otros que a diario siguen alimentando los espacios de crónica roja y las estadísticas. Y no. Hay que rebelarnos cada día, ante cada crimen, ante cada injusticia, ante una indolente sociedad y ante nosotros mismos. (O)

Contenido externo patrocinado

Ecuador TV

En vivo

Pública FM

Noticias relacionadas

Social media