La palabra “investigación” ha sido la punta de choque que ha ocasionado algunos dilemas en nuestro país. La investigación cualitativa, por su parte, es hoy en día muy enriquecedora junto a la investigación cuantitativa.
La primera se desarrolla especialmente en el siglo XIX con la antropología y sociología y con el interés de descubrir lo que pasa en campo y no solo en los laboratorios. Por un lado, el Gobierno anterior, a través de las instituciones de educación superior, trabajó en un progresismo que, entre otras cosas, implica el desarrollo de los sectores productivos, el adelanto de los pueblos y nacionalidades enmarcadas en un Ecuador intercultural y pluricultural y, por otro, la tendencia desarrollista de la región que engloba a toda Latinoamérica.
Cuando enseño Investigación a los alumnos de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE), sobre todo, quiero despertar en ellos amor por esta ciencia que, muchas veces, manifiestan “tediosa, densa y llena de algunos paradigmas mentalmente impenetrables”.
Y cuando hago esto, espero ser coherente y hablarles con pasión sobre el asunto. Para ello no solo fue necesaria la experiencia en campo, la interrelación con la gente que atraviesa las necesidades, allí donde está constituido el problema, sino también una preocupación por un universo mejor.
Creo que esto es maravilloso en el sentido de que los ecuatorianos tenemos una oportunidad para vencer el miedo a investigar desde la academia y demás instituciones públicas o privadas, y atrevernos a utilizar no solo el “método científico”, sino los métodos de cada persona que nacen del propio sentido de curiosidad y deseo de descubrir algo nuevo. Esta característica humana nunca debería perderse como una “estrategia multiplicadora”.
Como ejemplo están situaciones reales de la vida cotidiana, como las parejas de cónyuges que realmente se aman y tienen sinergia, cuando el uno progresa, personal y profesionalmente, también lo hace el otro de alguna manera. (O)
