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El Telégrafo
José Vales

Intereses, no ideologías y neocaudillismo

12 de febrero de 2021 - 00:00

En términos de discusión de lo que hoy se conoce como política, aparece una grieta insalvable, por años. Principalmente entre dos posturas que muchos insisten en llamar “la derecha” y “la izquierda”. Conceptos que sólo nos sirven, hoy, para detectar el desorden intelectual que ambos encierran, en tanto categorías perimidas y utilizadas con liviandad hasta el hartazgo, a pesar de haber quedado más antiguas que el minué.

En un paneo por América Latina podemos encontrar esas diferencias interminables en la gran mayoría de los países. Estados Unidos, no es la excepción y lo mismo pasa en España, por citar sólo un ejemplo europeo en la misma lengua, donde la palpable amenaza de VOX, la agrupación post-fascista (por denominarlo de alguna manera), que ladra cada vez con más fuerza ante lo horrible conocido y lo malo que todos los días los españoles están experimentando.

Pero para entender de una buena vez que la Guerra Fría quedó en la historia y que ya no es una cuestión de mera ideología, ahí está, Vladimir Putín, quien lejos de querer internacionacionalizar la revolución, se acaba de erigir en nuestro providencial proveedor de vacunas y en “un modelo” para el mundo de cómo un líder se relaciona con la oposición. Un hombre que sufrió la destrucción de las Unión Soviética desde sus entrañas, en la KGB, y cuya fuente de inspiración a la hora de manejar el poder es Pedro el Grande y no Vladimir Ilich Uliánov (Lenin) o Joseph Stalin.

Por aquí, en el vecindario, llevamos décadas de una gran confusión. Seguimos hablando del Foro de Sao Paulo como si se tratará de la IV Internacional, y erigiendo a líderes a los que llamamos de “izquierda”, cuando sus políticas y sus conductas no se parecen en nada a la de Salvador Allende ni al Che Guevara y sólo se pueden diferenciar de los referentes de un post-fascismo autóctono como el caso del ex presidente colombiano Alvaro Uribe Vélez por sus alianzas regionales.

Repasar lo que fue la relación bilateral entre Colombia y Venezuela durante la primera década del siglo, sería un buen ejercicio para comprender cuan funcionales fueron un “demócrata” como Uribe y un “revolucionario” como Hugo Chávez. Paradójicamente es el presidente Iván Duque, conducido como un auto de scalectric por su jefe, Uribe -diestro perseguidor de periodistas y reconocido abstemio de paz-, quien acaba de impulsar una medida de corte progresista. Decidió regularizar la situación de 1,7 millones de inmigrantes venezolanos y de un plumazo devolver el gesto histórico, cuando la Venezuela “Saudí” de los 70 y la de la última etapa de la IV República recibió, amparó y cobijó a millones de colombianos.

Pero atención: si Duque es progresista, Pepe Mujica es Sor Juana Inés de la Cruz…

Mandan los intereses como en otras latitudes. En momentos en que todo vuelve a oler a muerte en Colombia, y el uribismo se abroquela acaparando medios de comunicación y se prepara para el prólogo del proceso electoral, que arrancará en marzo del 2022.

Volviendo a los gobernantes funcionales entre sí, ahí están en Argentina los ex presidentes Mauricio Macri y Cristina Fernández de Kirchner. Pero ese es un capítulo que ameritaría varios reportajes y, por qué no, un libro.

¿Son de izquierda o de derecha, los gobiernos que apuesta a la extracción indiscriminada de minerales o los que hostigan a la prensa por las opiniones que vierten o activan sus troles en las redes para tratar de afianzar a los convencidos y destruir a los que piensan diferente o aquellos que desfinancian los sistemas de salud? ¿En qué se diferencian un Donald Trump y Rafael Correa o Andrés Manuel López Obrador del propio Uribe, ambos tan lejos de Dios y tan cerca de sus respectivos Ejércitos?

Sin ánimo de intromisión en un proceso electoral, fue el ex presidente Correa el que se apuró a disparar días pasados por Twitter, cuando todavía el candidato de Pachakutik, Yaku Pérez, ocupaba el segundo lugar, que el Consejo Nacional Electoral (CNE), había cometido el error de adelantar los resultados, porque “pasará (Guillermo) Lasso…” Más que una premonición, en ese momento, tal afirmación aparecía como una expresión de deseos. Y es que Lasso se erige como un contrincante a la medida del rol que el ex presidente y su movimiento vienen interpretando desde el 2007. ¿Cómo hacer para enfrentar una segunda vuelta pareciendo progresista ante un partido que lo cuestionó y lo denunció desde posiciones más éticas y vanguardistas, como el candidato Pérez? Siempre es mejor un currículum como el de Lasso o el de Macri para poder propalar “la transformación, el cambio, la revolución…” Y ahí sí. Dime de que alardeas y de te diré de que careces.

Amén de los ejemplos de otras latitudes, por aquí debajo de esa manera fuimos andando en estas décadas: construyendo colectivamente un fracaso tras otro y dándole forma a la Demo-desgracia, sin apostar a nuevos paradigmas, esquematizando con conceptos arcaicos a las dos caras de una misma moneda y dejándonos llevar por una suerte de neocaudillismo que, en definitiva, es con lo que los latinoamericanos nos sentimos siempre, más a (dis) gusto.

 

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