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El Telégrafo
Fernando D'Addario

Inmigrantes y emprendedores

01 de febrero de 2019 - 00:00

-Qué divinos estos chicos, como atienden. Son un amor. Ojalá los nuestros fueran así...

–¡Y qué educados! ¡Nunca les vas a escuchar una queja! Siempre con una sonrisa...

–Y eso que vienen del infierno, pobres. ¿Sabés lo que debe ser vivir en Venezuela?

–Señora, creo que estos chicos son colombianos –interviene una chica.

–Ah... bueno... igual, vienen de la droga,  y aún así son buena gente...

Hace unos años era raro escuchar un diálogo como éste en una casa de empanadas en Argentina. No porque la sociedad fuese inmune a los prejuicios, sino porque las necesidades comunicacionales de la época los orientaban en otra dirección. Por años nos enseñaron que la inmigración de los países latinoamericanos era “de baja calidad”. Algunos comunicadores lo sugerían, otros lo decían con todas las letras. Antes los inmigrantes “de baja calidad” se beneficiaban de políticas sociales “que se financian con la plata de los impuestos de todos los argentinos”.

Ahora, cuando los beneficios sociales se liquidan entre la pesada herencia y las expectativas de una felicidad que nunca llega, el paradigma valorativo de “lo extranjero” cambia. Ya no son “los extranjeros que vienen a sacarnos el trabajo a los argentinos” sino los que vienen a mostrar cómo hay que trabajar en una economía moderna.

El hecho de que muchos vengan de Venezuela le añade al comerciante-empresario-buen samaritano una cucarda “humanitaria”. Es que están huyendo de una “dictadura sangrienta”. Sin embargo, una discusión trivial de tránsito puso entre signos de interrogación esta línea argumental: un taxista le decía de todo a un joven caribeño de Glovo que, al parecer, lo había rozado con su bicicleta. Mientras arrancaba a toda velocidad, liquidó el pleito verbal con un “¡muerto de hambre, volvete a tu país!”. 

Estas nuevas tensiones sociales imponen la necesidad de reelaborar los discursos políticos, para interpretar los matices de una sociedad que aparece confundida. Hasta el momento, da la sensación de que los únicos que entienden los movimientos del tablero son los que desprecian por igual al pibe de Glovo y al matrimonio que estaba comprando las empanadas. (O) * Tomado de Página 12

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