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El Telégrafo

Identidad sustentada

26 de marzo de 2012 - 00:00

Es como meterse a jugar en una cancha de fútbol sin haber pateado nunca una pelota, es así como arrimarse a dirigir una marcha indígena habiéndolos despreciado en cada acto de su vida política.

Hicieron bien los dirigentes marchistas al defender su identidad y prohibir la presencia de los asambleístas Cobos y Montúfar,  por pretender apoderarse de ella y pescar a río revuelto, como ha sido costumbre de esta clase de especímenes entrenados en la partidocracia.

Las gentes como ellos (para muestra basta un par de botones) pululaban como moscas para ver en qué momento se apoderaban de la batuta.

Modositos, encantadores de serpientes, creyeron que había llegado la oportunidad de coronarse reyes de las comunidades, sin haber hecho nunca nada por ellas y fueron repudiados, por tratar de robarse la película.

Aquellos son de los que tiemblan cuando los indígenas y los campesinos demandan la limitación de los latifundios para que haya buena tierra para repartir.

Los garroteros emepedistas se opusieron con sus prácticas violentas a la institucionalidad de la educación intercultural bilingüe, que ahora con demagogia dicen defender.

Y para remate, ocurre algo que permite distinguir las identidades políticas y demuestra sus diferencias, la  asambleísta Tibán provoca un fracasado conflicto para sabotear el diálogo entre marchistas y autoridades de la Asamblea.

Los fanáticos opositores que se reúnen en gallada, sin contradictores, en las radios politiqueras para hablar mal del proceso y se autocomplacen alimentándose el odio, no admiten que el Gobierno no se haya tambaleado con las marchas y que las contradicciones entre dirigentes esté evidenciando que caminan como los cangrejos.

Esto tiene una sencilla explicación: la identidad de muy distintas ideologías conduce a generar antagónicas posiciones, fenómeno común en el mundo político y más agudo aún cuando hay carencia de ideología y cada uno empuja el agua adonde más les conviene.

La fortaleza de un proceso revolucionario estriba precisamente en la identidad, en la coincidencia de los objetivos que la comunidad social anhela y persigue, en la interacción de sus cuadros con sus líderes.

Y esa identidad tiene que sustentarse en los compromisos asumidos con la población, como la revolución agraria.

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