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El Telégrafo

Huyendo del volcán

16 de diciembre de 2012 - 00:00

Hasta antes de la erupción del volcán Tungurahua de 2006, era común encontrar entre semana en las piscinas de aguas termales de Baños a muchos riobambeños que venían a las cuatro de la madrugada, se bañaban hasta las seis, regresaban a sus casas en Riobamba a las siete y a las ocho estaban en sus  oficinas laborando entusiastas gracias a las milagrosas aguas, que aplacan todo tipo de dolencias, en especial las anímicas, pues rejuvenecen el cuerpo y el espíritu.

Ese tipo de turista termal, que era el mejor medio propagandístico de las curativas aguas -y que le daba vida a Penipe- lo perdimos en su totalidad, y en raros fines de semana me encuentro con algunos de ellos que se quejan por la falta de una buena carretera que les permita nuevamente en cuarenta minutos hacer el tramo Riobamba-Penipe-Baños, toda vez que por Ambato el viaje dura hora y media.

De su lado, los campesinos que viven en las productivas faldas del volcán -pertenecientes en su mayoría a la provincia de Chimborazo- sufren mucho por la falta de una buena carretera que les permita sacar su producción a Baños, su mercado más cercano, y si bien la vía es considerada ruta de evacuación -está restringido el tránsito de buses interprovinciales-, su calamitoso estado, en caso de una salida rápida, produciría más accidentes que el volcán mismo, cuyos lahares afectan sistemáticamente tres puntos recurrentes, en tanto el noventa por ciento de este tramo Cahuají-Baños, de apenas 20 kilómetros, es muy seguro afectado eventualmente por la ceniza, pero a cambio ofrece una descarga paisajística fantástica, empezando un lahar gigante de más de un kilómetro de largo por el cual pasa la maltrecha vía.

El Gobierno está construyendo un nuevo tramo por la otra orilla del río Chambo, que proveerá un tránsito seguro para los turistas que deseen venir a Baños desde Riobamba y el tiempo de recorrido quizás permita que retornen los bañistas madrugadores y los farreros trasnochadores, pero no se puede dejar a los campesinos de la vía actual en una incomunicación que mata sus economías, pero no les convence a abandonar sus productivas tierras,  ni su convivencia con el volcán que es parte de sus vidas.

Menos lástima y más practicidad, la compensación más rentable y a largo plazo, debe ser darles una vía asfaltada que, si bien tiene tres pequeños tramos que siempre darán guerra, les permitirá rentabilizar su producción agrícola y arrancar emprendimientos turísticos que este lado poco visado del volcán les puede ofrecer.

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