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El Telégrafo
 Malena Pichot

Vamo’a discutir, bebas

11 de febrero de 2019 - 00:00

Me aventuro en un par de definiciones básicas para arrancar. Si ideología es un sistema de ideas, entendemos que la hegemonía es el sistema de ideas predominante. Hegemonía es todo lo que hacemos creyendo que es nuestra decisión, pero en realidad es la respuesta a un sentido común que beneficia a ciertos grupos y perjudica a otros.

Lo más difícil de identificarse como feminista es  enfrentarse con la revelación de que las mujeres no somos libres, noción que no es difícil de comprender para grupos más vulnerados y castigados por la hegemonía, como mujeres pobres, lesbianas, gays, trans y travestis. Es entendible que para aquellas personas que llevamos la hegemonía en nuestro cuerpo, nuestra clase social o sexualidad, es difícil aceptar que tampoco somos libres. Primero, porque ese no ser libres es comodísimo. Aceptar su existencia no nos conviene porque veríamos que somos parte del problema. Segundo, es difícil entendernos como no libres, porque es la misma hegemonía y su sentido común la que nos convence de que nuestros deseos son nuestros propios deseos y nuestra libertad.

No creo en la posibilidad de estar fuera del sistema. El consumo es hoy la única ideología posible y por lo tanto ser feminista y tener contradicciones es inevitable. Sin embargo, un fenómeno despreciable se apodera de las redes sociales: la alabanza o el orgullo de la contradicción. Me puedo sentar a enumerar contradicciones entre mi vida y el discurso feminista y no me alcanzaría el suplemento entero: mi miedo a la vejez o a engordar, que me guste más comprar ropa, mi rechazo al poliamor, mis despreciables celos, y por sobre todo, mi morbosa heterosexualidad. Estas son contradicciones y  no pienso transformarlas en cualidades positivas para que la cosa cuaje y yo sea maravillosa y sea la feminista intachable. 

“A cada una la empodera lo que la empodera”, suelo leer en redes, “soy libre de hacer lo que quiero, es individual”. ¿Sos libre? ¿En serio? ¿En qué vuelta infernal de maldad patriarcal conseguimos que el mismo gesto que hace que nos odiemos sea también el que nos libera? ¿Podemos debatir esto, sin acusarnos de no feministas? ¿Podemos cuestionarlo? Vamo’a discutir, bebas, que calladas ya estuvimos mucho tiempo. (O)  

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