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El Telégrafo
 Juan Carlos Morales. Escritor y periodista ecuatoriano

Haiku: rasguño de luz

12 de diciembre de 2015 - 00:00

Una de las formas más hermosas de la literatura son los haikus, esos mínimos poemas japoneses. En un temprano poema Borges refiere que el haiku fija en unas pocas sílabas un instante, un eco, un éxtasis. Escribió: ¿Es un imperio esa luz que se apaga o una luciérnaga? Octavio Paz acotaba que estas extrañas perlas literarias muestran la precariedad de la existencia.

Desde el primitivo katauta del siglo VIII la poesía nipona llegaría al haiku y su esplendor en el XVII, donde se ama la sugerencia, a veces como búsqueda espiritual, en desmedro de la ornamentación tan cara a Occidente. Era una poética que buscaba lo instantáneo del satori o la iluminación con recursos mínimos. Sigue emparentada con el zen, sin olvidar al sintoísmo. Esos son sus orígenes, tras la contemplación. Como toda lírica, está en transformación incesante y nos pertenece a todos. Roland Barthes decía: “El haiku nos hace recordar aquello que jamás nos ha sucedido; en él reconocemos una repetición sin origen, un acontecimiento sin causa, una memoria sin persona, un habla sin amarras”. Observaba que esta escritura sutil posee evidentemente algo de música (música de los sentidos y no forzosamente de los sonidos). “El haiku es la rectitud del trazo, sin estelas, sin margen, sin vibración; tantos comportamientos pequeños... tiene la vocación de pintura, de miniatura. Es un rasguño de luz”. Es un navajazo ligero trazado en el tiempo, concluía. Uno de sus exponentes fue Kobayashi Issa: La lejana montaña / se destaca / en los ojos de la libélula. También escribió: De no estar tú / demasiado grande / sería el bosque. Y aquí su más famoso: Vente a jugar / conmigo / gorrión sin padres. En el Círculo de Poesía leemos: “Cuando era pequeño, los demás niños se burlaban de él por no tener a su madre, por lo que generalmente jugaba solo. Al ver a este gorrión cerca de él, Issa interpreta que se encuentran en la misma situación y lo invita a jugar, tal y como hubiera deseado que lo hicieran los niños de su edad”.

Esto a propósito de culminar una mínima obra en esta línea que obviamente ahora se llaman micropoemas, porque no siguen la regla del haiku y, acaso, buscan su contemplación. Compartiré uno que se titula ‘La muralla’: Un beso suyo / y se desmorona / todo el imperio. El verso evoca un texto borgiano que refiere “que el hombre que ordenó la edificación de la casi infinita muralla china fue aquel primer emperador, Shih Huang Ti, que asimismo dispuso que se quemaran todos los libros anteriores a él”. Los historiadores nos dicen que el emperador prohibió que se mencionara a la muerte y que, entonces, la muralla sería una construcción mágica para detenerla. Acaso, un acto de amor lo habría salvado. (O)

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