En Navidad de 1991 el orbe fue sacudido por un hecho que tendría gravísimas consecuencias en su devenir, cuyos efectos cambiaron el orden mundial y posibilitaron el triunfo neoliberal y su diseño globalizador para la Tierra: la desaparición de la Unión Soviética. La línea gubernamental equivocada, conducida por una dirección gerontológica, con graves falencias en lo estratégico y lo táctico, permitió que el capitalismo especulativo mundial sacara el mayor provecho de ese cataclismo político social.
La desaparición de la patria soviética como una comunidad de repúblicas socialistas, la histórica URSS, tuvo su fin anunciado durante el mando de Mijail Gorbachov, que asumió el funesto privilegio de su implosión, y que en menos de seis años se destruyeran las arquitecturas del primer estado de obreros y campesinos del mundo, fruto de la lucha de centurias y su victoria y supervivencia se sustentó en la muerte heroica de millones.
El ideario leninista fue una fundamental pericia de la insurgencia revolucionaria para dejar atrás el carcomido régimen zarista y derrotar el orden burgués. Y que tuvo el saber luminoso para vencer a sus enemigos internos y externos, entre ellos el más feroz de todos, el fascismo -guardia de choque del imperialismo- y que posibilitó el logro de iniciar la edificación de una sociedad distinta; que el socialismo justiciero y libertario fuese una realidad feliz y cercana; que sus objetivos relevantes, paz, educación, salud, tuvieran cumplimiento real. Pero no pudo prever el desarrollo de una democracia socialista, que fuera adelantado paladín de estructuras ciudadanas superiores en todos los sentidos a ordenanzas liberales, en lo ético, económico y cultural, en lo científico, tecnológico, como en lo político. Y más bien surgieron períodos depresivos de inmovilismo.
En los gobiernos de Brezhnev se ignoró, exprofeso, la reinvención capitalista o los avances, tecnológicos en Occidente, mostrando solo oportunismo y el conformismo funcionario, siembra nefasta de lo que vendría diez años después.
Politólogos de los dos hemisferios, historiadores, como Eric Hobsbawm, han estudiado y dado su opinión sobre esta autodisolución de un poder como el de la URSS, sin equivalencias, en los tiempos actuales, comparable al hecho de que si en algún momento en EE.UU., el Congreso de la Unión decidiera que California, Texas, Florida se emanciparan de EE.UU. En el fugaz régimen de Yuri Andropov, que fue jefe de la inteligencia soviética que reclutaba a buena parte de las mentes más capaces y esclarecidas del país con las que se podía contar para una reforma estructural de la administración estatal y de aplastar la corrupción y el sabotaje internacional, se pudo haber realizado las ansiadas reformas institucionales. No obstante, su delicada salud lo traicionó, murió un año y medio luego de su elección, sin poder concretarlas.
Empero, muchos de sus discípulos hoy son los nuevos dirigentes de la nueva Federación Rusa. Por todo ello, después de 25 años, y en los momentos difíciles que vive el planeta, es válido evocar aquel accionar de quienes fueron culpables y destructores del sistema soviético, y del campo socialista europeo, por acción, omisión, complicidad y desde diferentes aristas. El aspecto doctrinario, recalcitrantemente ingenuo de la Perestroika y la Glasnost, generó campo fértil para el desaliento de la mayoría de la población, como no lo hubiera soñado la CIA. De igual modo, al haber Gorbachov anulado el espíritu del Pacto de Varsovia, le quitó la solvencia geoestratégica a los miembros del acuerdo y sus gobiernos, cayeron en manos de la derecha. En relación al territorio soviético fue disminuido y su condición de gran potencia, cuestionada.
El legado trágico de Gorbachov, su fracaso reformista que extinguió a la Unión Soviética, es la mayor hecatombe política del siglo XX, dada sin haberse librado una guerra de alta intensidad. (O)
