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El Telégrafo
 Pablo Salgado, escritor y periodista

Gracias Pepe, Antonio y Rana Sabia

14 de marzo de 2014 - 00:00

Aún permanecen en mí 2 obras que, sin duda, marcaron mi adolescencia: “Mudanzas”, una propuesta de mimo y danza escenificada por María Luisa González y Pepe Vacas; “1822, crónica subyugante de una batalla”, del grupo de títeres La Rana Sabia. Las obras fueron un deslumbramiento. No sabía entonces que a través del mimo, el silencio, la expresión corporal y los títeres se podían contar historias de una manera tan amena, fresca y profunda.

Recuerdo con claridad el juego que la bailarina y el mimo proponían en el querido teatro Prometeo. Una obra que marcó una época en las artes escénicas del país y que además me acercó a 2 seres que, luego, serían parte importante de mi formación como periodista cultural. Pepe Vacas siempre fue (es) un ser extraordinario; amable, sencillo hasta el extremo y bondadoso.

Pepe Vacas se retiró hace poco de las tablas. Una decisión que sorprendió a muchos, pues no es común que un mimo decida ‘colgar los guantes’ cuando aún tienes facultades para continuar. Pero su retiro es también un acto de honestidad, que admiramos y respetamos.

Pepe Vacas, hay que decirlo, no solo ayuda a bien morir sino que, como en mi caso, ayuda a buen vivir. Y esto es algo que se agradece para siempre.

Muchos creíamos que los títeres son actividades menores que sirven simplemente para entretener a los niños. Hasta que presencié “1822, crónica subyugante de una batalla,” obra para adultos. Fue en el ya desaparecido Centro Cultural Artes. Y me cambió el modo de entender el arte y particularmente los títeres. Desde entonces, siempre seducidos por la enorme capacidad creativa de Fernando Moncayo y Claudia Monsalve, hemos seguido su trayectoria artística, siempre cargada de alegría, humor y sentido crítico.

Cuántas lecciones de vida nos entregan Fernando y Claudia, 2 artistas que labraron su camino con esfuerzo propio, con total dignidad y sin recurrir a limosnas de ningún tipo. Hoy viven en La Merced, en donde tienen su propio taller y teatrino, al que cada fin de semana acuden decenas de familias.

Pero hay un artista más al que es necesario agradecer. Antonio Ordóñez, quien acaba de cumplir 50 años en las tablas. Es de la vieja estirpe, de aquella que sin esperar nada a cambio se fajaba por lo que más quería: el teatro. Y lo sigue haciendo. Sin quejarse ni lamentarse, a pesar de la precariedad en la que debe trabajar.

Antonio formó parte de aquellos soñadores reductores de cabezas (Los Tzántzicos) que intentaron, desde la poesía, cambiar el mundo. Y luego se quedó con el teatro, entendido también como una herramienta de transformación social.

Así, la existencia de Pepe, Antonio, Claudia y Fernando hay que celebrarla, pues son ejemplos de pasión y amor por el arte que ha sido el centro de sus vidas. El Estado debería haberlos abrazado y agradecido. Y ojalá en algún momento lo haga. Hoy solo quiero decir que los 4 son seres humanos que nos enorgullecen y que, estoy seguro, merecen mucho más que este ¡gracias! que hoy les envío desde el fondo de mi corazón.

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