El primer mandatario del Ecuador, Rafael Correa, ha culminado su periplo oficial europeo, visitando tres Estados de los más importantes de Europa: Rusia, Bielorrusia y Francia. Su presencia en esos países ha sido un suceso de gran notoriedad pública, los logros alcanzados rebasan las expectativas tradicionales de la ortodoxia diplomática y lo ratifican como el gran líder popular e ilustrado de una región que busca su lugar en el mundo actual. Su presencia y los argumentos esgrimidos en las diferentes presentaciones y en los foros académicos, ciudadanos y de gobierno lo sitúan mucho más allá de aquel tradicional principio y concepto del invitado cumplidor de una agenda previamente acordada, que obviamente cumple, pero que optimiza, enriquece y al combinar, al tenor del conocimiento de la realidad económica mundial con su claro y firme pensamiento ideológico, reitera su condición de alto dirigente político y luchador social.
La presencia de miles de personas en Europa que deslumbradas han seguido sus conferencias y diálogos ante los medios, durante estas semanas, constatan la aceptación de su persona y de sus ejecutorias. Nosotros, los ecuatorianos que sufrimos, desde nuestra instauración como república, los vicios del desgobierno y la corrupción, seguimos todavía asombrados porque, en menos de una década de ejercicio presidencial, Rafael Correa, en los albores del siglo XXI ha logrado ubicar a nuestra nación en el mapa del orbe, rescatándolo de las telarañas de la centuria anterior con su fatídica herencia de crisis moral, inestabilidad institucional, desastre financiero y la mayor catástrofe social que se tenga memoria. Aquel siniestro singular, que engendró la siembra miserable de la desesperanza en la mayoría de la ciudadanía, que al sufrir los efectos de la debacle bancaria y la impunidad de la que gozaron sus autores, cómplices y encubridores generó el escape de la patria de millones de connacionales, apenas iniciado el tercer milenio; que en dolorosa diáspora hacia latitudes del planeta, inhóspitas y excluyentes, tras unos sueños improbables y buscando en playas extranjeras lo que se le negara en las propias: la opción de trabajar y progresar.
Por todo ello, la gestión del presidente Correa es conocida y reconocida por pueblos y gobernantes, pues saben que ahora todo es distinto, que se está cambiando positivamente, en forma paulatina y en paz, la faz del territorio, que la luminosa trayectoria de lucha del pueblo ecuatoriano tiene asidero y logra plenitud; que las múltiples batallas libradas por él, para liberarse del poder oligárquico, del yugo extranjero que implica dominio y dependencia, recaban laureles de victoria; que se ha roto el dique de las distancias temporales y medrosas del pasado reciente, para hacer la Revolución Ciudadana, rebeldía consciente de las masas populares para solventar la construcción del socialismo del buen vivir, día a día, con la fuerza vital de la historia.
