Aun antes de la fundación de nuestra República las fronteras han sido un tema secundario para los gobiernos. La historia de protocolos territoriales de Ecuador es el testimonio de la inacción estatal.
Los gobiernos tenían pocos recursos, muchas dificultades y serias conspiraciones internas. Con la instalación de la República, los presidentes desfilaban constantemente por el palacio de gobierno y las instituciones políticas eran más débiles que hoy. La cobertura estatal en el territorio era un problema de segundo orden.
Las prioridades históricas de un Estado en ciernes siempre fueron las capitales y los centros urbanos más poblados. Lo demás era borrado del mapa. Sociedades enteras desaparecieron para el interés de los gobiernos cada vez más centralistas que borraron a las fronteras de la educación, de la opinión pública y de las políticas de desarrollo.
Pero todavía hay mucho de eso que es afirmado y aceptado con escandalosa naturalidad. Basta mirar las representaciones del territorio de Ecuador hechas cotidianamente. Por ejemplo, en un diario de circulación nacional, en su edición del feriado del viernes 30 de marzo de 2018, en un reporte gráfico de la vialidad en el país para el feriado de Semana Santa, Ecuador llega hasta Cuenca y sin ninguna explicación desaparece enteras a las provincias de Loja, El Oro y Zamora Chinchipe del mapa vial y político de nuestro país. ¿Acaso estos territorios no tienen comunicación vial, no existen para el turismo interno, no forman parte de Ecuador?
Ahí nacen las fronteras estáticas, que son lugares donde fracasó el Estado central como proyecto político, donde se ausentó el control efectivo de las fronteras en materia de criminalidad y las sociedades dejaron de intercambiar cultura, comercio y bienestar para migrar a donde el país sí existe para todos. La criminalidad en las fronteras es responsabilidad también de quienes mutilan a Ecuador del imaginario colectivo. (O)
