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El Telégrafo
Ximena Ortiz Crespo

Fiestas de guardar

16 de febrero de 2020 - 00:00

Siento nostalgia de mi niñez en carnaval, de las reuniones familiares, del agua, de los disfraces y los payasos. Del Corso de Carnaval. Y eso que no llegué a vivir la hospitalidad de mis abuelos quiteños, quienes invitaban a familiares y vecinos a pasar en su casa los tres días de las carnestolendas. En ese tiempo, ellos ofrecían almuerzos a sus huéspedes, que consistían en al menos seis platos. Los balcones de su casa del centro tenían lienzos en los que se hacía un bolsillo para atrapar los cascarones de cera, llenos de tinta o agua perfumada, con los que se jugaba carnaval. No quedaba ni un trasto en la cocina que no fuera utilizado como arma de ataque. Los asaltos a las casas vecinas eran proverbiales, con el objeto de estilar a todos sus habitantes. Luego había que secarse y cambiarse de ropa, tomarse unos fuertes y bailar hasta que cante el gallo al son de guitarras y pianos.

En mi adolescencia aún se mantenía el juego con agua y el festejo. Nos mojábamos hasta más no poder. Nos secábamos. Hacíamos melcochas bailables.

Resulta difícil hoy mantener algo de esos rituales. Hoy requerimos hacer un esfuerzo muy grande para sacar tiempo y poder ser lo suficientemente hospitalarios. Sabemos que ofrecer comidas tradicionales a nuestros huéspedes nos sacan de lo ordinario. Por eso admiro tanto a mi cuñada María, quien nos invita a saborear los potajes que salen de sus manos y que solamente se comen en su casa: bonitísimas con el agrio correspondiente, papas dormidas, timbushca, cariucho y otras delicias. Deberíamos aprender de ella, pues estar en su casa y disfrutar de su comida nos llena a todos de vida, magia, espíritu, textura y color.

Mantener las tradiciones culinarias y reunir a la familia aportan muchos beneficios para los miembros de la tribu. Son una fuente de identidad para los niños, que aprenden de dónde vino su familia y lo que esta valora. Les enseña a conectarse mejor, se sienten respaldados y unidos.

Aprenden a compartir, a ayudar. Es una de las pocas experiencias en donde varias generaciones están presentes. Para todos los miembros de la familia es una oportunidad de descanso del estrés que la vida actual produce.

Por eso, en este carnaval, voy a preparar jucho para mi familia. Esa coladita tan delicada de frutas y aromas es una delicia al paladar. Junto con los chiguiles, será este año una oportunidad más para disfrutar del ritual familiar. (O) 

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