Cristina Fernández de Kirchner lo volvió a hacer. Así como, por acción u omisión (la historia tendrá la última palabra), se erigió en su momento en la “jefa de campaña” de Mauricio Macri en su ascenso al poder, ahora acaba de asistirlo en su decisión de incurrir en la eutanasia política del presidente.
La jugada, estratégicamente perfecta de la expresidenta, de decidir ceder la candidatura presidencial a su exjefe de gabinete, Alberto Fernández, deja sin chances de reincidir a Macri, un nombre emparentado, como pocos otros, con el fracaso.
Y es que el Gobierno llegará a las elecciones de octubre con nada por mostrar. Ni en lo económico, ni en lo social y mucho menos en lo político, donde la carencia es tal que los movimientos de Fernández, ella, son vistos como clases de alta política. Ocurre que medirse políticamente con Macri es como hacerlo con un borracho después de varias noches de juerga.
No en vano, un vasto sector de la política argentina se refiere al presidente por uno de sus apodos: Fredo. “El hijo tarambana de don Corleone…”, tomando en cuenta los orígenes itálicos de su padre, el empresario Franco Macri. Pero la diversión en Argentina es un recuerdo cada vez más lejano. Los Fernández, ella y él, se presentan como la solución a todos los males que aquejan al país cuando en realidad son parte del problema.
La señora Fernández arrancó la campaña en los estrados judiciales en carácter de acusada. El señor Fernández lo hace desde su cátedra en la Facultad de Derecho: “Teoría general del delito y sistema de la pena”. Pero no fue la pericia del exjefe de gabinete en la materia lo que motivó su candidatura, sino la coyuntura en la matemática peronista: el orden de los factores Fernández no altera el producto.
La señora le sirvió a Macri la posibilidad de desistir de su reelección. En el Gobierno ya activan el Plan V. La gobernadora bonaerense, María Eugenia Vidal, una suerte de Heidi en esa reserva de cocodrilos que es la provincia de Buenos Aires. Junto al exministro de Economía, Martín Lostau.
Ahora la última palabra la tiene el presidente. Debe decidir entre tomar la primera decisión acertada de su gobierno o seguir el paupérrimo y triste camino de Fredo. (O)
