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El Telégrafo
Marco Villarruel

La feria de la moral

14 de diciembre de 2018

Vivimos una era a lo Matrix, donde lo absurdo se ha hecho posible, gracias a la práctica de los políticos tradicionales, que incluso roban los espacios a las noticias de la delincuencia común. Vamos perdiendo la capacidad de asombro por la práctica de políticos y gobernantes y a ello han coadyuvado los noticieros que nos saturan hasta que perdemos el horizonte de lo real y lo falso, de lo real y lo fantástico.

Las formas han reemplazado a los contenidos llevándonos disimuladamente a los campos de lo fantástico. Jamás pudimos esperar expresiones como las de Bolsonaro: “Ella no merece ser violada, porque es muy mala, porque es muy fea, no es de mi gusto, jamás la violaría”. Trump llamó a las mujeres “cerdas gordas, perras y animales desagradables”, o “Yo podría estar parado en medio de la Quinta Avenida y disparar contra alguien, y no perdería ningún votante”. El presidente filipino Rodrigo Duterte, tras insultar al expresidente Obama y al papa Francisco, ordenó a los soldados disparar contra las vaginas de las guerrilleras comunistas para que no pudiesen procrear.

La subasta de la moral. Así se entiende a las palabras de la asambleísta enjuiciada y sancionada por extralimitarse en sus funciones, porque dice que su condena es “por un tema de género”, y a la otra que prefiere enfermarse para no asistir al juzgamiento por exigir “diezmos” a sus subalternos. O algo peor, los asambleístas que se abstuvieron en la votación sobre el informe del asesinato al general Gabela. Y la exvicepresidenta que justifica sus cobros irregulares diciendo que se la cesa por ser “mujer de izquierda”. Lo cierto es que el espectáculo en la Asamblea y en otros escenarios ecuatorianos se desarrolla en los términos del deterioro de la política y de la moral. Pocas veces se ha dado tanto trasiego de las conciencias como consecuencia del vendaval correísta que adopta formas caprichosas e inesperadas.

Pero también el cinismo (falta de vergüenza a la hora de mentir) acompaña al discurso de los corruptos que se ingenian para decir cualquier cosa como coartadas a sus fechorías que, ya sin sorpresa, a veces convencen a los jueces. Son pocos los malhechores presos, pero no ha sido posible recuperar un solo dólar. Aquello de no sancionar es como darle un cariz sentimental a la democracia en el sentido de que mejor es olvidar y perdonar porque es tan breve la vida. (O)

 

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