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El Telégrafo
Alejandra Borja

Esta cómoda, falsa y mediática manera de vivir

02 de octubre de 2021 - 00:02

Vivimos en una sociedad extremadamente cómoda, casi todo viene pre-hecho, pre-armado y abre-fácil. La pandemia ha acelerado el crecimiento digital, y hoy no necesitamos salir de casa para ir al banco, de compras, trabajar o conseguir pareja, todo se puede hacer “on line.” Aunque la ironía es que cuanto más “inteligentes” se vuelven los aparatos, menos funcionan nuestras conexiones neuronales y afectivas.

Es cierto, la tecnología ha simplificado nuestra vida, acortando el tiempo y las distancias; pero nos ha robado la paciencia y ha abierto un nuevo espectro al sentido de sociedad y su interacción. Porque, aunque estemos conectados globalmente, la pequeña pantalla nos aísla y construye una nueva realidad, en la que el éxito, la amistad y el amor no se miden por el nivel de esfuerzo, respeto, ni compromiso; sino por el número de seguidores, comentarios o “likes”. Y el motor que la mueve es el ego, valorando al tener y no al ser. 

Lo más común es presumir lo visible, lo material; la cara, el cuerpo, el auto, la ropa, nuestro increíble trabajo, fiestas y vacaciones. Cada movimiento e incluso cada comida debe ser publicada; para recibir las respectivas alabanzas, de no ser así no cuenta, o nunca existió. Pero el ego puede presentarse también de maneras más inofensivas ¿Es necesario contarle al mundo diariamente nuestro altísimo nivel académico, intelectual, humano o espiritual? 

Además de halagos también buscamos compasión, compartimos nuestras enfermedades, penas, hasta los pésames nos hemos acostumbrado a hacerlos por Facebook. Entonces pregunto ¿Cuán vacíos y solos nos sentimos para querer vivir a través de esta realidad? ¿Cuánta aprobación o mensajes necesitamos para subir nuestra autoestima o sentirnos acompañados? Es fácil posar, cubrimos con máscaras y producir una especie de publicidad engañosa que disfraza la realidad y nos aleja de lo importante y “aquel de ustedes que esté libre de pecado, que tire la primera piedra...”

Tremendos hábitos y sociedad estamos heredando a nuestros hijos, lo que está interfiriendo además en la configuración de su identidad y autoestima. Estudios sugieren que el uso excesivo de filtros lleva a adolescentes a padecer inseguridad, depresión y obsesionarse por ser igual a ese “avatar” de perfección inexistente que muestran las fotografías retocadas.

Replantémonos esta cómoda, falsa y virtual forma de vivir. Volvamos a lo esencial, cuando nuestras sonrisas eran reales, cuando salías a caminar disfrutando del paisaje, de las conversaciones o de los sonidos. Cuando le dabas tiempo de calidad a tus hijos, a tus padres, a tus amigos; porque tu concentración estaba en el presente, en el lugar, en la conversación y en los ojos de quien te acompañaba. Cuando te esforzabas en buscar a quien querías, en acompañar o ayudar a quien te necesitaba. Compartamos lugares bonitos, alegrías, logros, pero desde el sentimiento, no desde el ego; aprovechemos este mundo conectado para debatir, para distribuir contenidos, descubrimientos, noticias desde la razón y no desde el sensacionalismo, desde la tolerancia y no desde los prejuicios.

Volvamos a la paz y el silencio, sin los pitos incesantes de los aparatos que se han convertido en la extensión nuestra mano y en el desfigurado espejo de nuestra realidad.

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