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El Telégrafo

Esperanza tenaz

11 de abril de 2012 - 00:00

¿Por qué será que nos desanimamos tan fácilmente? Tomamos buenas decisiones y luego nos olvidamos. Nos reunimos y hacemos maravillosas propuestas, pero a la hora de cumplir dudamos y dejamos pasar la oportunidad de actuar. Hacemos grandes proclamas que luego se las lleva el viento…

Varios centenares de miles en Guayaquil y en Quito participaron de la procesión del Viernes Santo. ¿Cuántos centenares celebraron la resurrección, su resurrección? ¿Será que somos más muertos que vivos? Nos quedamos en el sufrimiento, la maldad, los pecados, los llantos y lamentos, la cruz, nuestras cruces y no pasamos del Viernes Santo.

Si recordamos a Jesús es porque resucitó. Lo decía san Pablo: “Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe”. Entonces, ¿por qué no somos millones a celebrar la resurrección de Jesús ayer y hoy en nosotros y entre nosotros? “¡Hombres de poca fe, ¿por qué están dudando?”. “¡Si tuvieran la fe grande como un grano de mostaza, desplazarían montañas!”.

La fe es una decisión personal que se vive en comunidad. Entre nosotros los cristianos triunfa el individualismo, es decir triunfa la muerte. Buscamos una salvación personal y muchas veces solo “del alma”.

Jesús buscó vencer el sufrimiento de sus compatriotas y los unía en comidas fraternas para que hagan la prueba de la fuerza de la fraternidad.

Despertaba en los enfermos y desvalidos su capacidad de levantarse y caminar y les confirmaba en su capacidad de salir adelante: “¡Tu fe te ha salvado!”, les repetía.

Los que somos la Iglesia de los Pobres y que la construimos en las comunidades eclesiales de base y otros grupos que hacemos nuestras las causas de los pobres, sí celebramos la resurrección de Jesús como un acontecimiento actual en nosotros, en nuestras comunidades, en todos los que despiertan, se levantan, se unen, caminan, luchan y dan la vida por más vida.

Eso es nuestra esperanza tenaz en que la muerte no tiene la última palabra, el desánimo no nos espera a la vuelta de la esquina, en que los problemas no son una desesperanza cotidiana, porque hemos experimentado la fuerza de los pobres organizados y valientes, la tenacidad victoriosa de la vida en las peores situaciones, la esperanza hecha realidad en medio de tantas adversidades.

Volvemos a escuchar la certeza de Jesús: “¡Ánimo! He vencido al mundo”, o sea el mundo del miedo, del desánimo, del individualismo, de la pasividad y de la desesperanza. Sí, en este caso, vale abrazarnos diciendo “¡Felices Pascuas de resurrección!”.

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