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El Telégrafo
Lucrecia Maldonado

Ese sagrado amor de la amistad

04 de junio de 2014 - 00:00

Se han alejado los días en que ver una película ecuatoriana no solamente era un acto esporádico, sino sobre todo un acto de fe. Aunque no se sabía en qué, la fe. Los últimos años, en cambio, han visto florecer el cine ecuatoriano de una manera espectacular: nuevas producciones, menciones, premios, y la satisfacción de saber que en este país existe el talento suficiente como para elaborar la diversidad de películas con calidad que se han visto en los últimos años.

Una de ellas es A estas alturas de la vida. Bella en medio de un engañoso halo de simplicidad. En medio de un blanco y negro que le confiere un tono experimental e intimista a la vez. Bella por los pequeños momentos de suspenso que va ofreciendo a lo largo de su relato. Bella por el arquetípico y perenne motivo de la amistad que desarrolla, en medio de una economía de recursos y de una sobriedad que le confieren la textura de un haiku, o de una serie de haikus entrelazados, la verdadera esencia de esta historia.

La anécdota alrededor de esta película es trágica: uno de sus directores y protagonistas, Manuel Calisto, fue asesinado en los momentos finales de la elaboración de este excelente filme. Más allá de la devastación que el hecho pudo haber causado, su amigo Álex Cisneros, el otro actor y director, decidió hacer tal vez el más bello homenaje que se puede hacer a un amigo caído por culpa de la violencia y la estupidez humana: concluyó con la obra que ambos habían empezado. Pero ese homenaje de cariño y lealtad se afinó con la calidad que se le terminó de imprimir a una película que, de por sí, ya era bastante buena.

Como toda obra poética, aunque sea en el mundo del cine, A estas alturas de la vida no entrega sus secretos ni rápida ni fácilmente. Sugiere en lugar de imponer. Hace sentir en lugar de decir. Y dosifica la información de manera que quien la presencia se va llenando poco a poco del sentido de una narración en donde se entremezclan la superficialidad, el engaño, las apariencias y la sombra de un asesino con la simple y a la vez profunda hondura de la amistad.

Más que un anuncio de muerte, la historia de A estas alturas de la vida nos habla precisamente de eso: de que a esas alturas de la vida, en donde una cierta crisis de mediana edad puede provocar que los valores, creencias, metas y ambiciones de la adolescencia y la juventud hayan ya comenzado a hacer aguas, lo que se puede sacar a flote es precisamente ese afecto sincero de compartir la vida con un amigo del corazón.

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