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El Telégrafo
Samuele Mazzolini

¿Escocia libre? ¡Aye, please!

09 de septiembre de 2014 - 00:00

Por la primera vez desde que se anunció el referéndum, una encuesta revela que la opción independentista podría tener éxito en Escocia. En la mañana del domingo, el Reino Unido despertó ante esta sorpresiva noticia, con el establishment londinense de Westminster alcanzado por un pánico inesperado a pocos días de la consulta que hasta ahora parecía destinada a no regalar particulares emociones.

Los principales partidos políticos británicos, todos opuestos a la independencia, han reaccionado con la política de la zanahoria y el garrote: el líder del partido laborista, Ed Miliband, ha prometido mayores poderes para el Parlamento escocés en el caso de una victoria del ‘No’, señalando que, en caso contrario, habrá que introducir un chequeo policial en la frontera entre los dos países. Miliband tiene particular miedo a la autodeterminación de los primos norteños, ya que su partido cuenta tradicionalmente con un decisivo aporte de parlamentarios elegidos en esas tierras y su sueño de acceder a Downing Street en mayo de 2015 podría así verse frustrado. David Cameron, el primer ministro conservador, tiene todas las de perder también: en caso de victoria del ‘Sí’ sería visto como el mayor responsable de la fractura después de 300 años de unión y ya hay quien habla, incluso dentro de las filas de su propio partido, de que debería resignar de su puesto (opción que, por supuesto, él ha enfáticamente descartado de antemano).

En realidad, se trataría de un rotundo fracaso del entero sistema político británico que en las últimas dos décadas ha diseñado una sociedad profundamente desigual a medida de los intereses de la banca y de las grandes corporaciones, ancorando su economía a la especulación financiera, y procediendo a un desmantelamiento progresivo del estado de bienestar. Uno de los temas fuertes de la campaña de Alex Salmond, primer ministro de Escocia y promotor de la campaña por el ‘Sí’, es justamente la salud pública, amenazada cada vez más por la política de recortes implementada por la clase dirigente británica y sujeta a un proceso de privatización. Más en general, se cuestiona un modelo de desarrollo que favorece el sureste de Inglaterra a expensas de lo demás del país, motivo por el cual se piensa que la independencia escocesa podría generar un debate mucho más amplio en Gran Bretaña y, si capitalizado de la manera más adecuada, dar linfa a una izquierda desmoronada (y no me refiero a los laboristas).

La victoria del ‘Sí’ sigue siendo una opción muy incierta. Los profesionales de la dubitación avanzan sus perplejidades sobre los temas económicos y monetarios para generar temor entre los escoceses ante la eventual independencia. Tienen miedo, porque sacan provecho del statu quo. Una dislocación tan severa del escenario político nacional como la secesión escocesa, es lo que se necesita para poner nuevamente en disputa las absurdidades que han sido propuestas a la ciudadanía como verdades inapelables. Se trata de la mejor forma para poner en tela de duda el neoliberalismo imperante en una de sus patrias fundadoras. ¿Escocia libre? ¡Aye, please! (¡sí, por favor!)

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