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El Telégrafo
Aníbal Fernando Bonilla

Entre estanterías, libros y lecturas

25 de noviembre de 2014 - 00:00

Es plausible en la lógica del accionar editorial la reedición de la Feria Internacional del Libro (FIL)  Quito 2014, en las instalaciones de la Casa de la Cultura Benjamín Carrión, en la presente semana. En esta séptima entrega se cuenta como invitado de honor al Fondo de Cultura Económica de México -con su vasto catálogo-, al igual que delegaciones internacionales, creadores invitados, presentación de obras, conversatorios y actividades complementarias.

La FIL tiene el aval del Ministerio de Cultura y pretende como objetivo esencial fomentar la lectura. Es un punto de encuentro, disertación y reflexión para editores, libreros, escritores, diseñadores, y, por supuesto, lectores.
Tomando como dato aquello de los bajos índices de lectura en nuestro país, todo presupuesto destinado a la difusión del libro será bienvenido y es más, de necesaria resonancia nacional. (Es preocupante que el promedio de lectura por ecuatoriano(a) sea de medio libro por año, con lo cual quedan en evidencia marcadas falencias en el sistema educativo, a pesar de la inversión en infraestructura y de las reformas al pénsum de estudios). En otros términos, no hay que escatimar esfuerzos en la tarea asignada en pro del hábito a la lectura, con la intención de obtener ciudadanos(as) debidamente informados, conscientes de los aprendizajes acumulados, críticos y sensibles ante el mundo.

Las ferias destinadas a la proyección del libro -como objeto de intrínseco valor- deben multiplicarse en el contexto social. El Estado tiene que motivar a la realización de tales actividades que infundan en las personas mecanismos contemplativos de vida. Sin embargo, es cierto que en la dinámica actual no existen estímulos que amplíen el gusto por la lectura; ya sea en el aula, en la familia o en las propias relaciones de comunidad.

Es un común denominador escuchar la renuencia a la compra de un texto por su alto costo (añadiéndose la digitalización de obras que abaratan la comercialización). Es en dicha circunstancia en donde tanto las instancias gubernamentales a través de políticas públicas, como la empresa privada, con válidos desprendimientos e iniciativas, deberían aunar esfuerzos comunes para atraer la atención ciudadana respecto de la importancia de la lectura.

La distribución y la venta de libros tienen círculos reducidos en nuestro territorio, existiendo una desconexión casi total de las novedades editoriales de la capital con el resto de provincias. Por eso es menester que el Ministerio de Cultura genere redes prácticas y viables de divulgación de textos impresos. Vale el esfuerzo alrededor de la FIL, la cual mereció un mejor espacio físico, con apropiadas condiciones de funcionalidad, con el afán de exponer al libro como profunda herramienta de emancipación del hombre.

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