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El Telégrafo

El trofeo y los muebles

03 de junio de 2011 - 00:00

¿  Y si la mayor consecuencia de la muerte de Osama Bin Laden no fuera el debilitamiento de Al Qaeda, sino la creación de condiciones propicias para que EE.UU. salga de su aprieto en Afganistán?

Al Qaeda, aquella nebulosa franquicia sin mando unitario, vivía un franco declive desde hace algunos años; una tendencia ahora confirmada por su conspicua ausencia durante los días agitados de la “primavera árabe”. En parte, el debilitamiento de Al Qaeda se debe a que los movimientos islamistas, en los lugares donde el islamismo radical aún mantiene su relevancia, han preferido encauzar su lucha por senderos más políticos, en detrimento de la lucha armada y del terrorismo.

Lo más significativo de la muerte del jihadista, entonces, es la creación de condiciones idóneas para la consecución de un acuerdo político en Afganistán, donde el empantanamiento estadounidense y de la OTAN es hoy seriamente criticado por importantes sectores del “establishment” político y militar de los EE.UU. El trofeo Osama le permite a Obama graduarse de macho-presidente, contrarrestar las críticas de los republicanos de ser demasiado paloma en su política exterior y subir 11 puntos en su aprobación, lo que en aras de las elecciones del próximo año no es nada despreciable. Resulta evidentemente más fácil retirarse de la derrota de Afganistán blandiendo la cabeza del autor intelectual de los atentados del 11 de septiembre.

Nadie duda hoy de que EE.UU. necesite una salida al conflicto. La debilidad norteamericana ha llegado a tales extremos que ni el títere puesto por Washington para administrar el protectorado afgano, el presidente Hamid Karzai, resulta estar totalmente alineado. Olfateando sin duda su potencial abandono por parte de EE.UU., Karzai se ha acercado hasta  Irán, y su constante crítica a las muertes de civiles afganos inocentes por culpa de los bombardeos de la OTAN dista mucho del comportamiento típico de virrey. Resulta difícil imaginar al títere Van Thieu enfrentándose a la dupla Nixon-Kissinger por su bombardeo genocida a Vietnam del Norte.

La incapacidad de EE.UU. para imponerse contundentemente en Irak y en Afganistán, y las asombrosas dificultades que enfrenta hoy Washington en su intento de derrocar al régimen libio, pese a la poca capacidad bélica de las fuerzas leales a Gadafi, revelan hondas fisuras en la solvencia estadounidense para mantener su supremacía incólume. La muerte de Bin Laden brinda una oportunidad única para que EE.UU. abandone el lugar salvando los muebles.

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