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El Telégrafo
Sebastián Vallejo

El terremoto y la doble carga

22 de abril de 2016 - 00:00

El tragedia del terremoto ha dejado una serie de emociones conflictivas. Nada que se escriba en estas líneas puede capturar el dolor que debe sentir una persona en Pedernales, o en Jama, o en Portoviejo o Manta, que lo ha perdido todo, su familia, sus amigos, su hogar, su subsistencia. Que cada día se despierta en la misma pesadilla de los escombros, de los cuerpos sin vida, de la desolación. Todos los ecuatorianos buscamos compartir la carga de ese dolor, que también es el dolor por el otro, un dolor colectivo de una historia y una tierra compartida; pero el dolor de la desolación es inexplicable e intransferible.

Pero con ese dolor, uno no puede dejar de asombrarse de la actitud solidaria y empática de un pueblo que al unísono se ha juntado para ayudar, no solo desde la facilidad de las redes sociales, sino movilizándose y organizándose, donando o coordinando donaciones. Esa reminiscencia ancestral de la minga, sin otra motivación que la fraternidad, ni otra recompensa que la solidaridad.   

Y sin embargo, la luna de miel parece acabarse ahora. El Gobierno anunció cinco medidas para afrontar los efectos del terremoto, entre esas un incremento de dos puntos porcentuales al IVA. Hay muchos que no lo han tomado a bien. Y es entendible la desconfianza natural. Con cualquier medida confiscatoria el Estado tendrá ese recibimiento. Las quejas parecen centrarse en la austeridad que no ha mostrado el Gobierno, en que no ha suspendido las sabatinas, en que no se ha reducido el gasto estatal, en que Freddy Ehlers sigue recibiendo sueldo. Todos reclamos válidos, aunque todos reclamos anticipados (no ha tenido tiempo el Presidente de suspender su primera sabatina, porque todavía no llega el primer sábado).

Son también reclamos sobre una actitud, más que sobre una necesidad. Los primeros cálculos ponen el costo de la reconstrucción en 3.000 millones de dólares. Es decir, se necesita invertir ese dinero solo para regresar al Estado previo al temblor. Eso no toma en cuenta las pérdidas económicas que resultan de la inactividad económica ni los efectos futuros sobre una generación de niños que perderán, por lo menos, un año de educación, además de los costos en salud, tanto física como mental, etc. Parar el gasto en la sabatina, por ejemplo, que algunos creen que representa una utilidad social que trasciende la utilidad política para Alianza PAIS, no representa tanto una contribución para llenar este hueco económico, sino una actitud solidaria, la misma que el Gobierno está esperando de sus ciudadanos.

Muchos también han criticado la falta de un fondo para estas emergencias (que sí hay), el despilfarro de dinero y la mala administración de los recursos, que hacen más difícil la recuperación. Pero eso es el retorno al mismo discurso opositor preterremoto.

Lo que no se ha escuchado decir es que la naturaleza también discrimina. O, en otras palabras, que como en todas las ocasiones, los pobres siempre se llevan la doble carga. La doble carga de ser más propensos a que sus casas se caigan en un terremoto, porque suelen ser construidas con peores materiales. La doble carga de no tener ahorros. La doble carga de no tener escuela privada a donde ir. La doble carga de no tener clínica privada a donde acudir. La doble carga de no ser clase media. A lo mejor es un buen momento para que los que no sufrimos la doble carga pongamos un poco de parte, como también es buen momento para que el Gobierno demuestre que puede administrar lo que le damos. (O)

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