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El Telégrafo
José Vales

El tenor de la ceguera

25 de diciembre de 2020 - 00:00

“No hay peor ciego que el que no quiere ver…” Reza el dicho popular y acá estamos, después de un año en el que nuestro Señor se mostró más sordo que ciego, durante la Navidad pasada. Una vez más, en estos días, nos mostramos abarrotando tiendas, destruyendo protocolos sanitarios, saturando los adornos navideños de regalos y volviendo a pedir con la boca llena de pannetone y millones de estómagos y almas vacías al extremo, a vuestro Señor -tan mío como tuyo-, que esta vez sí, escuche. Dueños todos de una esperanza injustificada. Pero, el pobre o anda muy ocupado o abandonó ya, hastiado de tanto fracaso. Al final de cuentas el mundo es esto que es, fruto del esfuerzo colectivo de múltiples generaciones y por decisión de los que manejan los hilos de la marioneta universal.

Nos repetimos con la misma imagen de cada Navidad. Pidiendo ahora por un 2021 mejor que el 2020. En verdad, no hace falta mucho para lograrlo, después del balance que estamos cerrando.

Pero no es cuestión de crear falsas expectativas, ahora que la realidad casi superó a la ficción, en vez de andar comprando carajadas por doquier para cumplir con el canon navideño, sería más positivo revisar las obras de José Saramago y Ernesto Sábato.

Ambos a su debido tiempo se dedicaron a la ceguera. El portugués, autor del “Evangelio según Jesucristo”, escribió “Ensayo sobre la ceguera” (1995), donde aborda como pocos el egoísmo de una sociedad putrefacta ya en los estertores del siglo XX.

Unas cuantas décadas antes, más precisamente en 1961, Sábato, andaba “Sobre héroes y tumbas” a cuestas y terminó de darle forma al apéndice de ese libro y nos regaló su “informe sobre ciegos”, narrando un complot milenario, plasmado por la Santa Sede de los Ciegos, para gobernar al mundo y a los hombres.

Tal vez en esos libros, interpretando adecuadamente las metáforas, podremos comprender no sólo la sordera de nuestro Señor, sino también cuáles son los cambios que cada uno de nosotros deberíamos experimentar para poder ser mejores en lo individual y, por efecto directo, en lo colectivo. Y hasta podremos ver a un Santa Claus-Papa Noel-Niño Dios, dadivoso y de gran generosidad, si logramos tras esas lecturas resignificar el destino que tenemos escrito en tanto mundo.

Es entonces, cuando ocupados como estaríamos en semejante tarea, nos ahorraríamos la pirotecnia, la verbal principalmente, nos dedicaríamos a vivir con intensidad cada momento y hasta lograríamos quedar alistados para un 2021, en el que al decir de Inodoro Pereyra -aquel célebre personaje de Roberto Fontanarrosa-, nos encontrará “mal pero acostumbrados…” Ahora, eso sí, dejando de fingir que no lo estamos viendo. 

 

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