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El Telégrafo
Aníbal Fernando Bonilla

El Obispo Rojo y su lección permanente

19 de agosto de 2014 - 00:00

En momentos en que desde el Vaticano se propugna cierta renovación en las estructuras eclesiales, bien conviene recordar el rastro dejado por monseñor Leonidas Eduardo Proaño Villalba, más aún cuando a fines de este mes se cumplirán 26 años de su fallecimiento.

Personaje polémico, de gran estatura moral, Proaño encarnó la concepción de la Iglesia modelada para la gente y su problemática, contrariamente a la corriente conservadora de orden jerárquico. Desde el púlpito hasta el campo su mensaje estuvo encarnado en la alternativa preferencial por los menesterosos y oprimidos. De oratoria convocante y palabra justa, Proaño fue un acérrimo defensor de los derechos humanos y activista de las causas populares, motivo para recibir infundadamente acusaciones de sedición y estar a la sombra de una continua persecución por los órganos de seguridad estatal. La fe divina se tradujo en una firme creencia por el hombre humilde, a través de la convicción de los postulados cristianos.

Proaño -aunque rehusó reconocerlo públicamente- hizo de su prédica un constante canal del quehacer político, sumado a eso, aquella actitud movilizadora en favor de los más necesitados. Entonces, su postura redimió a los pobres con una indoblegable difusión de los valores tendientes a recuperar la decencia social. Esto lo juntó a la vera del obrero, del campesino, del labrador de la tierra y, profusamente, de las comunidades indígenas en donde fortificó la cosmovisión ancestral caracterizada en el territorio rural, desde la raigambre de costumbres y tradiciones.

En su condición de Obispo de Riobamba, efectuó una prolongada y fructífera tarea encaminada a reivindicar la vida de la gente de limitados recursos, para lo cual enfatizó en actividades de promoción étnico-cultural, revalorización de temas agrarios y de fomento de un sistema educacional alternativo. Ya en su natal Imbabura, inculcó tales aspectos, añadiendo el interés por el enfoque periodístico. Varios fueron sus aportes dentro de la conformación de espacios religiosos de cavilación bíblica y profundización pastoral. Para muestra, en Pucahuaico -en donde reposan sus restos- funciona el Centro de Formación de Misioneras Indígenas. Este cometido fue de la mano con el hondo amor al prójimo y por medio de una reiterada evangelización que supone la redención del ser en su amplia dimensión.

Para el efecto, en sus dotes doctrinarias -sustraídas de numerosas intervenciones en cónclaves como el Concilio Vaticano II- sostuvo a la Teología de la Solidaridad como basamento integrador de la sociedad, en respuesta franca a un modelo opresor e inequitativo. Su pensamiento, recogido en amplios escritos, merece la atención actual, ya que es una mirada profética en los niveles social, político y económico. Desde luego, estableciendo la preeminencia en la reflexión teológica.

Monseñor Leonidas Proaño, el ‘Cura Rojo’ que debe ser perpetuado con la alegría de los pobres, con la ventisca que nos acerca al monte, con el pan repartido a los otros, con el sosiego de la noche, con el compromiso heredado de reinventar una Iglesia incluyente y de puertas abiertas, en donde “los árboles/ darán fruto/ y darán también semillas”.

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