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El Telégrafo

El Nobel Tomas Tranströmer y los gloriosos años setenta

14 de octubre de 2011 - 00:00

Desde 1970, en algunos círculos  universitarios chilenos  ligados a los estudios de la conducta humana  se analizaba con ardor  y hasta con  ironía  la tesis de la “personalidad centrífuga del escritor”, como un  extrovertido  personaje  capaz de dar los mayores  aportes  para el idioma  y su belleza, entregando la realidad histórica y objetiva de su tiempo  en su condición literaria  pública,  y  a ese  mismo ser humano  en su intimidad, cautivo del bagaje romántico, la inquietud  sentimental y hasta mostrando  la imagen   de un alma roída por penas y desengaños.

En esas épocas  estábamos ciertos que la fuerza ideológica del amor  por lo existente: nuestros  semejantes, la justicia y  la hermandad universal,  sostenía  la creación del mundo nuevo que se encontraba a casi  la “vuelta de la esquina”  y aun al margen   de las complicaciones  ideológicas con  nuestros ocasionales  adversarios, la veracidad del idioma  científico  imponía la cordura..., y  las más conmovidas alusiones y ataques personales  en  esas discrepancias ideológicas mordieron  el polvo del olvido.

Fue en ese trienio mágico  del gobierno de Salvador Allende cuando por primera vez conocí la profunda pero diáfana poesía de Tranströmer. Un  profesor de nuestro recordado Instituto de Sicología de la  Universidad de Chile  nos hablaba del psicólogo poeta  y nos leía sus versos. “Salgo a la  llanura. Tinieblas. El vagón parece  no moverse. Un antipájaro graznaba  a la ausencia de estrellas. Arriba el sol albino lanzando oscuras marejadas”. De inmediato nos cautivó con sus metáforas,  comprendimos que las bizantinas discusiones sobre  la fuerza   que se introduce  en la dinámica  del movimiento circular son válidas para las máquinas, pero no para los creadores.

Esa nueva forma de expresarse poéticamente realizada  por un colega nuestro, sicólogo, posibilitaba nuevos caminos  a la literatura y  a las neurociencias. Al poco tiempo adquirí dos de sus  primeros libros traducidos al español, “Postales negras” y “El cielo a medio hacer”, ambos perdidos en la pira infame  que la barbarie pinochetista encendió desde el 11 de septiembre de 1973.

Hoy Tomas Tranströmer ha sido galardonado merecidamente con el premio Nobel de Literatura de 2011. Estamos felices y satisfechos por lo justo del escogitamiento de la Academia sueca, pero  los recuerdos de los años idos nos ubican nuevamente en el trágico septiembre del 73.

Dos  días antes del fatídico  golpe de Estado  y la muerte  de Allende y de  miles de chilenos en la latitud  de “su larga y angosta geografía”, se realizó la más numerosa manifestación popular  que se recuerde en Santiago, que intentaba -con la ingenuidad pura  de los puros-  detener  el putsch fascista. En ella el centro de alumnos de nuestra facultad,   que tuve el honor de integrar,   enarboló una pancarta  con un verso de Tranströmer: “No nos rendimos. Pero queremos paz”.

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