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El Telégrafo

El negocio de la mendicidad y la pobreza

27 de diciembre de 2011 - 00:00

La economía informal o subterránea no tabulada oficialmente, desde nuestra opinión, debería ser estudiada y proyectada como parte del proceso metodológico por los institutos oficiales responsables en tabular y proyectar la información, económica y social formal, para efecto de medir lo que sucede en el lado oscuro de la sociedad y contrastarlo con las realidades económicas formales, al identificar sus causas y efectos, que no constan en los datos oficiales, sin embargo representan la subsistencia y estilos de vida de múltiples personas y familias en la sociedad. Al comprender mejor su impacto en la sociedad, podremos regular, controlar y luchar legalmente contra su expansión.

Dentro de estas actividades tenemos las siguientes: corrupción, testaferrismo, lavado de activos, tráfico de personas, terrorismo, contrabando, narcotráfico, juegos de azar, pornografía, especulación, usura, etc.
Es fundamental que exista el trabajo bien coordinado entre los distintos brazos del Estado, para lograr resultados efectivos que reduzcan estas calamidades sociales.

Qué penoso resulta observar cómo el negocio de la mendicidad, producto de la pobreza y falta de valores, sin una verdadera orientación y práctica cristiana, ponen en riesgo y se abusa de discapacitad@s, niñ@s, ancian@s, etc., que son en parte víctimas de las redes delictivas organizadas de explotación de personas, desatendidas por la sociedad o que vienen de hogares disfuncionales donde existen problemas, como desempleo, violencia familiar, paternidad irresponsable, etc.

Los ingresos que producen las dádivas o limosnas, debido a la lástima que generan los mendigos, llegan a su máximo nivel en las festividades del Día del Niño y la Navidad, cuando la sociedad descubre su falta de solidaridad y busca “cauterizar” su conciencia con alguna ayuda parcial.

Es clave la existencia de políticas públicas para regular la mendicidad, pero no alcanza, en países como los nuestros, donde la miseria y pobreza bordean cifras del 65% de la población, combinada con la migración interna y concentrada en las ciudades más prósperas y de mayor densidad poblacional. Los programas sociales en red, con las fundaciones privadas y sus autoridades, deben ser como un solo brazo, para llegar efectivamente a las raíces de los males y reinsertar en la sociedad a todas estas víctimas de tan triste actividad y, además, sancionar a sus promotores.

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