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El Telégrafo
Carol Murillo Ruiz

El mameluco y ella

11 de diciembre de 2017 - 00:00

Ella vino a contarme su historia una noche ciega de luna. Lucía feliz pero aturdida porque aquel hombre del que venía a hablarme, a solas, tenía la facultad de dejarla más sobria (y equilibrada) luego de beber algunas cervezas artesanales con apelativos tan exquisitos como exóticos. Él la invitó y ella fue curiosa. Acontecía que él mostraba un atributo magnífico: era la imagen de la seducción.

El tiempo que llevaba de conocerlo era perfecto para hacerse una idea loca de su rostro, de sus labios, de sus manos, de su cuerpo. Pero esa noche la idea devino en palabra. Él hablaba con la energía cabal de eso que a ella le parecía un milagro: amar el trabajo. El trabajo manual. Es decir, el trabajo que se logra con las manos pero sale de la mirada, del arte de los sentidos, del detalle -estético, mecánico y científico- de los objetos que se observan y se ensamblan. Y se cautivó de él (como antes) cuando lo vio en el tajo de una oficina vieja.

Un rubor iluminó sus mejillas al recordar que tocó sus manos e imaginó la prenda que él usaba para cumplir sus iniciales faenas: un mameluco. Él seguía hablando -y la espuma artesanal crecía- con la seguridad que le brinda desacoplar y aparejar el universo -todo tipo de máquinas- envuelto en su mameluco de colores. Cada palabra suprimía, a ratos, el deseo de ella, y ahogaba el influjo de atracción en su silueta/overol de trabajo. El antojo era preciso: ¡lo quería con su mameluco puesto!

Desde entonces ella lo mira y sueña. Me confiesa cómo le pide que se consiga un mameluco. Pero él se resiste y en su éxtasis implora que le descifre la negativa de ese hombre tan explorable y tan mono.

Yo le digo que las fantasías cuestan. Le diseño un taller en su alcoba de afiches desnudos y una bicicleta rota en miniatura debajo de su cama. Le coloco -en su ilusión- una silla de madera apolillada en el comedor y dos herramientas básicas. Le repito que él va a llegar sin mameluco: artesanal y único. Y que ella, sin rodeos, lo puede esperar con un sedoso kimono estampado. (Y que tenga paciencia). Así lo hará, promete. (O)

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