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El Telégrafo
Alfredo Vera

El juego de la democracia

09 de septiembre de 2014 - 00:00

Desde que los filósofos griegos, con Sócrates, Platón y Aristóteles a la cabeza, instauraron la democracia como sistema de gobierno, ha pasado muchísima agua bajo los miles de puentes que existen sobre la tierra y los pueblos han soportado monarquías, oligarquías y bellaquerías; sin embargo, la lucha continúa: los propios sabios de Grecia no admitían a las mujeres ni a los esclavos como iguales y eso felizmente ya cambió.

Pero ellos formularon y aplicaron un concepto que ha sido universal y eterno: la definición de la voluntad del soberano a través del voto.

Ese papelito, que sirve para expresar la voluntad del ciudadano, el voto, es el sustento de la democracia y la mayoría de votos era y sigue siendo la expresión impositiva de la soberanía ciudadana o popular. Por eso al pueblo se lo llama soberano.

Voto y mayoría son los rieles por donde camina el tren de la democracia desde 500 años antes de Cristo hasta la edad contemporánea, con toda suerte de combinaciones.

Hay monarquías y regímenes oligárquicos que pretenden sostener que viven en democracia; hasta dictaduras enarboladas a nombre de alguna fe religiosa y fanática, y también pretenden hablar de democracia.

Inglaterra, España, Holanda, Bélgica, Mónaco y una serie de emiratos combinan monarquías con supuestas democracias; Estados Unidos es una  democracia bajo el imperio del bipartidismo y ambos están atrapados por el poder del dinero de las transnacionales y ellas son las soberanas que mandan.

No existe una norma que defina con exactitud qué es y cómo debe funcionar el sistema democrático puro y prístino y que el mismo puede tener todos los adornos que se quiera, pero si no se manifiesta la voluntad soberana del pueblo a través del voto con el que se consigue una mayoría, eso no es ni asomo de democracia.

La alternabilidad es un elemento ambivalente que puede ser positivo cuando se está ensayando y buscando para tratar de encontrar algo mejor que el presente o que el pasado, pero puede ser negativa cuando se frustra un proceso que está dando buenos resultados. ¿Buenos resultados? ¿Para quién? ¡Para el soberano!

En esencia, la reelección indefinida la va a definir el voto mayoritario del soberano pueblo que tiene que expresarse en las urnas, si quiere reelección; no en las mentes interesadas de unos cuantos iluminados que, para su desgracia, son abrumadora minoría.

Entre los principios de la ética con que se elaboran las constituciones que rigen los gobiernos democráticos está la no exclusión de ningún ciudadano para elegir y ser elegido.

En Ecuador estamos viviendo una etapa diferente a las anteriores, con la Revolución Ciudadana, producto del voto y donde impera la mayoría del soberano: si el verdadero pueblo tiene la oportunidad de usar el voto para manifestar su voluntad, y esa voluntad es mayoritaria, la democracia está presente.

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