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El Telégrafo
Ramiro Díez

Historias de la vida y del ajedrez

El hijo de Gabo, ¿de quién era hijo?

Historias de la vida y del ajedrez
25 de abril de 2014 - 00:00

Nos hace falta Gabo. Aunque seguirá con nosotros de tantas maneras, era lindo saber que en alguna parte se escuchaban sus pasos de viejo y su voz de abuelo brujo, contador de historias. Ya no.  Es que, como dijo el poeta, “Señora Muerte que se va llevando todo lo bueno que en nosotros topa!... Solos -en un rincón- vamos quedando los demás... ¡gente mísera de tropa! Los egoístas fatuos y perversos de alma de trapo y corazón de estopa... ”.

Mil y una noches no serían suficientes para contar sus anécdotas donde todo podía pasar. Pero una de las especiales, no muy conocida, habla de él y de su hijo Rodrigo García Barcha. Corría la década de 1980 y ya su padre había ganado el Premio Nobel. Rodrigo, su hijo, mientras tanto, estudiaba cine en Londres y allí llevaba varios años en medio de colegas de todo el mundo.

En una ocasión, uno de sus profesores propuso un tema sorpresa: los estudiantes deberían leer El Coronel no tiene quien le escriba, y tomar al gallo, personaje importante en la novela, partirlo en pedacitos y volverlo a armar, para descubrir las múltiples significaciones simbólicas que se agitaban en el animal. Ese era el examen final de semiótica.  

Hubo trabajos brillantes. Se afirmó que el gallo, siempre a punto de perder la cabeza para ser convertido en sopa y salvar del hambre a su iluso y orgulloso propietario, era el espíritu revolucionario de los pueblos, acosados por las urgencias cotidianas, pero cuyo ímpetu proletario era inmortal y que por eso cantaba anunciando un mañana luminoso. Otros dijeron que el gallo era la religiosidad del Coronel, que lo mantenía vivo, en medio de los problemas, y que creía en la promesa de un más allá pleno de gratificaciones, y que por eso también era inmortal.

Y así, todas las propuestas apuntaban a lo profundo del significado del gallo, razón de toda esperanza. Rodrigo, el hijo de Gabo, lo llamó y le preguntó qué significaba el gallo en la novela. “Dile a tu profesor que el gallo es el gallo. Y que no joda”. Cuando presentó el trabajo, Rodrigo dijo: “Anoche, el autor me dijo que el gallo es el gallo. Y que no se requieren otras disquisiciones. Que él respetuosamente, sugiere otros temas”. 

El profesor, indignado, rechazó el trabajo argumentando que, más allá de todo, era imperdonable que el alumno presumiera de haber consultado en forma personal con el Premio Nobel. Entonces, Rodrigo, descalificado, tuvo que decir lo que nunca se le habría ocurrido. “Y por qué no puedo hablar con mi papá?”

Solo entonces, sus compañeros de varios años, y las autoridades de la Universidad, supieron que ese Rodrigo García era hijo del mismísimo Gabriel García Márquez, Premio Nobel, y que nunca había hecho alarde de su condición. Eso es fineza.

En la vida, como en el ajedrez, también se valora la elegancia: Hampe, Allgaier, Berlín 1927.

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