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El Telégrafo
Carol Murillo Ruiz

El fascinante señor Buendía

20 de noviembre de 2017 - 00:00

Estoy, de manera casi ubicua, en Guayaquil y Punta Blanca, y en tres días han ocurrido cosas pasmosas. Puedo contar apenas dos, porque una de ellas, la primera, el cambio del formato de este espacio de opinión, ahora es más chico y me frena volar, y porque el otro asunto fue el temblor y ya se sabe que el simulacro le robó la emoción y el regidor de la Perla (ajena) se tragó los mejores y peores memes.

Pero quién diría que la tercera historia sería la que atraparía mi corazón. Amante -como soy- de García Márquez, vengo a saber y conocer que aquí vive –y pervive– una de sus creaciones más caras: el señor Manuel Buendía y sus hijos Aureliano y Remedios. Y también su esposa que ahora, proles después, resucitada de la última que logró evaporarse de Macondo, cambió su nombre Úrsula por uno más corto y fino: Lou, casi asiático pero en porteño guayaco.

El señor Buendía tiene ojos verdes y el habladito mágico de los colombianos colonizados por el amor de su mujer (y de sus mujeres de la previa). Conoce al Gabo como si lo hubiese parido (a él) y tiene una anécdota que no van a creer, pero el escritor sí: al enterarse de que dos de sus tantos hijos literarios se habían salido de las páginas de Cien años de soledad y vivían orondos, en Bogotá, hace más de tres décadas, quiso visitarlos y tomar coñac con el señor Buendía, aconteció que la elemental imaginación del poder cachaco lanzó la idea de que el Gabo era guerrillero de las FARC y el pobre tuvo que huir y exiliarse esa misma noche…

El señor Buendía, muchos años después, este sábado, frente al pelotón de fusilamiento tierno de su mujer Lou, me recordaría cómo la conoció: por un anuncio clasificado en un diario que el universo ha olvidado por la famosa peste macondiana y que ella sufre cuando él se pone romántico y de una cosa la lleva a la otra y a la otra…

Entonces… se me acabaron los caracteres para seguirles contando esta historia que goza de tanto erotismo que ni mi vecino el caricaturista lo podría dibujar a colores a pesar de tener más espacio. Y todos los días. (O)

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