Los medios, con o sin pedigrí, que de vez en cuando se detienen en noticias positivas, nos han traído la buena nueva del renacer de la esperanza y el premio al amor, la perseverancia y valentía de quienes son titulares de todas las virtudes humanas: las mujeres, sea en su condición de madres, compañeras o abuelas.
Me estoy refiriendo, desde luego, al suceso que ha conmovido a la Argentina y al mundo; al conocer la filiación real de Ignacio Hurban, nacido verdaderamente Guido Montoya Carlotto, hijo de dos militantes de izquierda, Laura Carlotto y Wilmar Montoya, capturados, torturados, asesinados en 1978. Es el nieto número 114 -recuperado-, uno de los tantos neonatos plagiados por la dictadura genocida de Videla, Massera y Agosti en la sangrienta represión de 7 años generada en el país hermano en las décadas de los 70 y 80.
La alta connotación de este acto tiene singularidades muy específicas, no solo porque Guido es el descendiente directo de Estela de Carlotto, presidenta de la mítica organización Abuelas de Plaza de Mayo, referente, junto a la entidad de las Madres de Plaza de Mayo, dirigida por Elsa de Bonafini, de tantas lides y defensa de los DD.HH. y el castigo a sus perpetradores, en todo el orbe. Lo es también por la derivación existencial del hecho que implica lo fructífero y fecundo que puede y debe ser la lucha social por causas nobles y justicieras.
Y claro está, se muestra la impresión severa en grupos de población rioplatense frente a este hecho; en especial en aquellos adultos entre 30 y 38 años de edad, conocedores del drama genocida acontecido en su país, que obviamente genera dudas razonables sobre las propias identidades, a partir de desemejanzas físicas, mentales y vocacionales con sus progenitores, que establecen la necesidad sentida de tomar las pruebas de ADN y someterse a una doble perspectiva de vida con claros riesgos de dolor y abandono de lo propio o de satisfacción y reencuentro con lo desconocido.
El gran vacío dejado por las muertes de tantos jóvenes argentinos, chilenos, uruguayos, brasileros, bolivianos y paraguayos que buscaban mejores días para la humanidad, durante ese período oscuro de las criminales dictaduras castrenses y civiles en el Cono Sur, no podrá ser llenado jamás. El Plan Cóndor, amparado en las nefastas doctrinas de la seguridad hemisférica, preconizado en consenso de países hegemónicos para liquidar las discrepancias ideológicas en el continente, ha permanecido sin castigo para sus mentalizadores y ejecutores.
No obstante, el efecto ‘Guido’ -como lo ha bautizado el pueblo bonaerense- es un acontecimiento que nos incumbe a todos, no solo es un triunfo de la justicia humana en el planeta, asimismo de la firmeza, convicción y constancia del género femenino; pero por sobre todo es evidentemente un ejemplo de que no hay imposibles cuando se busca la verdad y el castigo a malvados de toda laya, aunque ellos se encuentren en las entrañas de la Tierra y puedan huir hasta de la memoria.
