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El Telégrafo
 Juan Carlos Morales. Escritor y periodista ecuatoriano

El Cuartel de Ibarra renace

23 de enero de 2016 - 00:00

En estas últimas semanas el renovado Cuartel de Ibarra abrió sus puertas. Hay que decirlo: fue una decisión del Gobierno Nacional y el GAD Ibarra, que no miraron tiendas políticas cuando se trata de pensar en el país. Tiene siete salas, donde también está el desprendimiento: la colección de pintores imbabureños, de la Universidad Andina Simón Bolívar, las mejores artesanías de América Latina, una propuesta del Cidap, de Cuenca, muestras de serigrafía y grabado, fotografía antigua de inicios del siglo XX, colectivos de mujeres que ha hecho de la arpillera sus lienzos de denuncia, los tejidos que evocan las culturas prehispánicas, el magnífico trabajo de las tallas religiosas de San Antonio de Ibarra.

A esto, además de la cuidada curaduría, hay que añadir el entusiasmo de jóvenes mediadores que ahora, con la dirección del teatrero Lenin Camargo, preparan la dramatización de personajes de época, bajo el amparo del poema ‘Tierra mía’ de Carlos Suárez Veintimilla. Un sitio concebido como centro cultural, en lugar de las visiones -ahora en conflicto- de los museos que, no hay que olvidar, en sus inicios fueron lugares para acumular los despojos de las conquistas, especialmente de los imperios europeos (el mejor museo de máscaras africanas está en Bélgica).

El Cuartel de Ibarra inició su construcción en 1907, con el apoyo liberal en la segunda administración del presidente Eloy Alfaro. Fue el mayor Joaquín Delgado, comandante del batallón Jaramijó N° 8, quien comenzó los trabajos bajo la supervisión técnica de José Domingo Albuja, a quien se le ocurrió -ya que estábamos en un tiempo de arquitectura ecléctica- concebir a la edificación desde una inspiración medieval. Antes, había mirado atento al arquitecto Francisco Schmidt, constructor del Teatro Sucre de Quito, quien llegó en los primeros años del XX para edificar el teatro de la ópera de Ibarra, que no es otro que el inconcluso El Torreón.

Albuja, además de poeta y querendón de su tierra, era el director de obras públicas y autodidacta. La tarea de levantar esta suerte de castillo sin fosas ni torres albarranas no fue fácil, porque el Cuartel siguió construyéndose hasta después de su muerte, como consta en una de sus torres de imitación a saeteras: 24 de mayo de 1929, y para 1930, el comandante Neptalí Rueda adquiere por 200 sucres 400 molones tallados de piedra, presumiblemente de las canteras del río Tahuando.

Durante esas décadas, los enemigos que miraron pasar los centinelas de las torres no fueron los mismos. Así también los sucesivos soldados apostados en las atalayas divisaron cosas sorprendentes frente a la explanada: primero los curiosos, después el juego de la pelota de guante, improvisados tenderetes, corridas de toros, ejercicios militares, juegos de miradas en las retretas, caballitos de fotógrafos de manga, ‘agachaditos’ y nogadas, estatua frente a árboles primorosos y la iglesia... El Cuartel ha visto mucho en sus más de 100 años, así como varias instituciones han ocupado este espacio emblemático. (O)

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