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El Telégrafo

El complejo de las élites

18 de octubre de 2011 - 00:00

Sí, pero no es por nosotros, es por Colombia, y será la última vez. Así reaccionaron, como con profunda decepción, algunos “analistas” ante la vigencia, retroactiva y hasta 2013, del Atpdea.

¿Para qué queremos más carreteras, si solo traerán más accidentes? Esta es otra de las opiniones que he oído en estos días y que no hacen otra cosa que desvelar el absurdo en el que ha caído la llamada oposición.

Mientras el intelectual de derecha decía esto, su interlocutor, un viejo periodista de radio, solo asentía: sí, sí, sí, como siempre y como con todo el mundo, todo el mundo que tenga algo malo que decir, no importa que los dichos estén repletos de incoherencias y sin sentidos.

Da pena, y mucha preocupación, que este sea el nivel de quienes pretenden responderle a Correa. Será por eso que ahora tengamos que soportar al mismo Aznar que, con sus modos rígidos y anacrónicos, dice cosas que en ninguna parte resisten un mínimo análisis.

La indignación planetaria va tomando cuerpo, sobre todo como rechazo a los abusos de un sistema financiero despiadado y voraz que ha echado por los suelos las conquistas de la llamada sociedad del bienestar. Y Aznar los desprecia, le resulta suficiente calificarlos de extrema izquierda sin importancia.

Así que la pequeñez y, por lo mismo, mirada corta no es potestad solo nuestra, también de afuera llegan esas voces del absurdo. Si ese va a ser el ejercicio de una cierta derecha, mirada mezquina alimentada por otros “bajitos” importados, no queda otra que esperar un “no debate”, es decir un espacio en donde las palabras no se encuentran, no se confrontan.

Hay que prepararse, como cuando se va a participar en una maratón, porque el discurso tenderá, cada vez más, a la estulticia, que es como se reacciona cuando se han perdido los papeles. Es verdad, los medios amplificadores de ese primitivo discurso van a bombardearnos, día y noche, con esas “verdades” deleznables intentando generar desasosiego. Se va a necesitar convicción y resistencia para no caer en ese juego.

Nunca fue y no será por nosotros el proverbial complejo de ciertas élites que busca golpear siempre en nuestra autoestima. El cambio también nos pide rechazar ese complejo, ese prurito que dice que lo de afuera siempre es mejor. No necesitamos perogrulladas para reconocer que solo somos distintos y que vivimos un momento propio, con aciertos y errores, y que también se escucha al de afuera, al que llega con sinceridad e inteligencia.

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