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El Telégrafo

El cinco de junio de 1895

07 de junio de 2012 - 00:00

El “Progresismo” fue un interesante proyecto político del Ecuador del siglo XIX, que buscó mediar entre el liberalismo radical y el conservadorismo cerril. Pero fue tremendamente represivo con las protestas populares y estuvo marcado por el cáncer de la corrupción, que lo corroyó y puso al país bajo las ambiciones de “La Argolla”, una alianza de familias oligárquicas que manejaba a su antojo a los gobiernos nacionales. Eso culminó con el negociado de la “Venta de la bandera”, ejecutado por el ex presidente Caamaño durante el gobierno de Luis Cordero.

Quien descubrió aquel atentado contra la dignidad nacional y lo denunció al país fue el periodista José Abel Castillo, director del “Diario de Avisos”. Él logró encontrar y traducir una serie de mensajes telegráficos cruzados entre el cónsul del Ecuador en Nueva York y el ex presidente Caamaño, que fungía de Gobernador del Guayas, en los que se acordaban detalles monetarios del negociado.

La reacción popular fue tremenda. En todo el país hubo estallidos de indignación popular, que fueron capitalizados prontamente por el sector radical del liberalismo.

Ante esto, las oligarquías regionales buscaron una salida que eliminara del poder a los “progresistas” y se lo devolviera a ellos. Prontamente viajaron a Guayaquil los líderes conservadores Camilo Ponce y Ortiz, de Quito, y Rafael María Arízaga, de Cuenca, para negociar con los “liberales de orden” del puerto, es decir, con la oligarquía agroexportadora de Guayaquil.

Fue así como, en los primeros días de junio de 1895, ese conciliábulo oligárquico acordó  montar un “Gobierno de concertación nacional”, presidido por un liberal tradicional, que debía ser el gran hacendado cacaotero Darío Morla.
El único error de los cabildantes fue no haber contado con la opinión de los “liberales de desorden”, es decir, con los revolucionarios radicales, que, tras tomarse el agro montubio, se tomaron las calles del puerto e impusieron la jefatura suprema de Eloy Alfaro.

Derrotada, la oligarquía porteña ensayó un plan alternativo: mientras la revolución bullía en las calles y Alfaro llegaba desde Nicaragua, ella armó un gabinete de comerciantes y banqueros, para manejar el gobierno a su antojo: Luis Felipe Carbo, ministro de lo Interior y RR.EE.; su primo, el general Cornelio Vernaza Carbo, ministro de Guerra y Marina; y Lizardo García, ministro de Hacienda, Crédito y Obras Públicas.

Cuando Alfaro llegó a Guayaquil, trayendo un cargamento de armas modernas que le había entregado el presidente nicaragüense Zelaya, se halló atado a un gobierno escogido por otros, con el que tuvo que transigir en homenaje al logro de sus objetivos revolucionarios.

Vernaza lo traicionó poco después y tuvo tratos secretos con el enemigo, por lo que Alfaro lo destituyó tras el triunfo de Gatazo y quiso fusilarlo. Carbo buscó salvar a su primo y luego renunció. Y García lo traicionó en 1905, en alianza con Plaza, lo que motivó la nueva revolución alfarista de 1906.

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