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El Telégrafo
Ramiro Díez

Historias de la vida y del ajedrez

El cazador de hombres

Historias de la vida y del ajedrez
13 de marzo de 2014 - 00:00

Si el fanatismo no dejara víctimas, sería motivo de risa. Pero a su paso queda un rastro de sangre y lágrimas que, como son de otros, a pocos les importan.

Una tenebrosa época en la historia norteamericana es la del ‘mccarthismo’, obra, por supuesto, de Joseph McCarthy, muchacho pobre, trepador social y político, mentiroso, fanático y alcohólico. Aunque quienes lo conocieron dicen que esto último era lo único respetable del personaje.

Pero hay que ser justos. McCarthy no inventó el fanatismo ni la ignorancia.  Años atrás, el presidente Roosvelt tuvo un sueño: crear como un ministerio de Cultura – algo inédito en aquel país--, pero dedicado solo al teatro. El director fue Hallie Flanagan que dijo coincidir con Christopher Marlowe, acerca de la idea de un ‘teatro popular’.   Entonces Flanagan fue interrogado por un Comité parlamentario.  Querían información acerca del tal Marlowe, al que tildaban de comunista, por sus declaraciones sospechosas, y querían saber quién era, dónde localizarlo. Hasta el momento no había ningún registro de aquel sujeto fantasmagórico perseguido por la policía. Solo sabían su nombre: Christopher Marlowe.

“Me temo que no lo podrán apresar,” respondió Flanagan. “El señor Marlowe es un autor británico, anterior a William Shakespeare y ya murió, en el siglo XVI”.

Por las dudas, el comité parlamentario decidió abortar el proyecto. Ahí terminó el sueño, y poco después empezó la pesadilla.

Entonces apareció Joseph McCarthy. Demócrata fracasado al principio, republicano feroz y exitoso después. McCarthy exhibía una cicatriz como máxima condecoración de su paso por el ejército. Nunca explicó que no la tenía por una acción de guerra, sino por una fiesta con sus amigotes.

McCarthy fue senador durante 10 años que a sus víctimas les parecieron 100, y se dedicó a  perseguir  a comunistas, a sospechosos, y a sospechosos de ser sospechosos. Es delirante, pero en lista estaban el mismo Presidente de los EE.UU. y el Ministro de Defensa. Y en ese universo de víctimas, no se puede olvidar a William Heikkila. A los 3 meses de edad, llegó con sus padres a EE.UU. desde Finlandia. Ya de adulto, fue acusado de pertenecer al partido comunista. A pesar de que había vendido miles de bonos para apoyar al Gobierno norteamericano durante la guerra, Heikkila fue despojado de la nacionalidad norteamericana y fue secuestrado, drogado, metido en un contenedor, montado en un avión, y cuando despertó estaba en un Helsinki invernal, sin un abrigo, con 20 centavos en el bolsillo, y sin hablar el idioma finés.

Esa fue una proeza del  ‘mccarthismo’, pero no olvidemos otra más: persiguió con saña a muchos acusados o sospechosos de ser homosexuales. Aunque poco antes de su muerte se descubrió que él también lo era y que había dejado a muchas esposas sin marido. McCarthy era un cazador de hombres. 

En ajedrez, en cambio, no se sostienen las mentiras. Aquí la dama no puede atender a 2 frentes.

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