En la década del cincuenta del siglo pasado, una revista internacional de amplia difusión publicaba con frecuencia una fotografía panorámica de un incendio combatido por un numeroso colectivo de bomberos en la ciudad de Guayaquil.
El pie de página destacaba la organización de un pueblo que de manera espontánea se juntaba para ofrecer su ayuda gratuita para enfrentar los incendios. Amenaza permanente en aquellos tiempos para la ciudad, en la cual las construcciones de sus barrios eran en su mayor parte de madera y caña brava.
Recuerdo el orgullo que tenía el pueblo llano de ser bombero. La disciplina con la que todos cumplían sus turnos de vigilia. El respeto por las jerarquías de la organización y el entusiasmo para identificarse con su uniforme y asistir a la fiesta del Día del Bombero.
Este comportamiento y valores morales serían los requeridos para la organización de nuestros agricultores para enfrentar con éxito los procesos de globalización, el cambio de matriz productiva, los tratados comerciales y el aprovechamiento eficiente de nuestros recursos naturales amenazados seriamente por la depredación y cambios climáticos.
La vocación agrícola del Ecuador, que rescatamos en los discursos es justificada. Así lo acreditan los recursos naturales renovables, básicamente los suelos, agua y un clima relativamente benigno con los que cuenta, en extensas zonas tropicales de cultivos exportables. No obstante de tener estas condiciones favorables, los promedios de las cosechas obtenidos son inferiores a los de países competidores.
Entre las características de la actividad agrícola del país tenemos una notable diferencia entre los promedios de producción de las empresas que cuentan con tecnificación de sus cultivos y la seguridad del mercado y las que obtienen los pequeños productores que carecen de estos apoyos.
La investigación de la tecnificación agrícola, asimismo, ha sido orientada a los cultivos de exportación y sus resultados de limitada difusión; y no pocas veces, por el costo financiero que tienen las innovaciones, han sido de difícil acceso para los pequeños productores.
Si consideramos como ‘pequeños productores’ el estrato de los campesinos que cultivan superficies de hasta diez hectáreas, tenemos que estas constituyen el 75% del total de las Unidades de Producción Agrícola (UPA), ocupando apenas el 11% del total de la superficie cultivada del país.
Se calcula en cerca de dos millones el número de campesinos que subsisten en las UPA, de hasta diez hectáreas, los cuales no tienen organizaciones fuertes que los representen para obtener la capacitación del conocimiento y los apoyos necesarios para pasar de proveedores de bienes primarios a productos con valor agregado objetivo, propuestos por la nueva matriz productiva. Este cambio, en un tiempo adecuado, será posible mediante la organización de importantes colectivos identificados como el de los pequeños productores que han sido capaces de mantener su heredad y su actividad, sobre los obstáculos que se le presentan.
