¿Efectivamente el pasado está por venir con su velo libertario?

La marcha del 17 de septiembre ha devuelto cierto regocijo, pero en realidad ha demostrado una incapacidad crónica para procesar la contradicción fundamental del Ecuador en esta década: sostener un proceso transformador de toda la sociedad frente a intereses particulares, corporativos y con un fuerte peso en la estructura mental liberal.

Bastaría con revisar la mezcla de discursos y de posturas en cada una de las intervenciones para entender que la confluencia es promiscua y al mismo tiempo desalentadora para quienes efectivamente requieren de una respuesta a sus nuevas demandas, a las urgencias de otras generaciones con consumos y aspiraciones de ‘estirpe’ post neoliberal.

Si el problema de los estudiantes fuese el incremento de los pasajes, ¿dónde quedan los subsidios recibidos estos años para garantizar su movilización y acceso a la educación? ¿Acaso se han acabado o hay un decreto en ese sentido? ¿No están en ello aupando el discurso conservador de poner fin al gasto público y a los subsidios como parte de un modelo que prioriza a los sectores populares antes que garantizar el rendimiento excesivo de las empresas privadas, entre ellas de los transportistas?

Esa izquierda que ahora se regocija de haber despertado el movimiento social se sintoniza con la derecha que apela a una alianza privado-estatal para recuperar sus ganancias y negocios a costa de, ahora sí, una estructura productiva y social estatal que busca mejorar la calidad de vida de todos los ecuatorianos.

Y esa misma izquierda apela por un Código del Trabajo sin ningún signo socialista, apenas se escuchan reclamos de corte liberal, sin una mayor creatividad para consolidar procesos de producción colectiva, comunitaria y garantizar los derechos de los nuevos actores en las nuevas relaciones de producción que se gestan al ritmo de los cambios tecnológicos, técnicos y en un orden mundial de globalización agresivo.

En los discursos de los actores de la marcha del 17 pasado no hay una sola línea que proponga o disponga una cambio real en las relaciones capital-trabajo, aunque es cierto que la defensa de los derechos de los trabajadores del sector público merezca evidentemente una mejor atención en esa normativa que no sabemos aún qué dice al respecto de lo primero y lo segundo.

Entonces, estamos ante un escenario donde la agenda de la derecha tradicional y renovada está aupada por quienes se precian de haber despertado la ‘rebeldía’ de los estudiantes y de los dirigentes sindicales. Y en ese escenario quienes más sienten euforia son los actores mediáticos con sus consabidos lugares comunes y moralismos para entender los procesos sociales.

Pero también es cierto que del otro lado, desde el Gobierno y quienes sostienen y apoyan la Revolución Ciudadana, hace falta una lectura más holgada, densa y espesa de lo que ocurre en la política de sus opositores para responder con más argumentos, no solo a esos grupos, sino a la sociedad en su conjunto. Nadie duda de que el ejercicio del poder implica tomar decisiones aparentemente impopulares, pero tampoco nadie duda que hasta ahora en el equilibrio de poder la balanza se inclina, con razón, a favor de transformar la estructura fundamental del capitalismo y solo en ese sentido hay que insistir.

El pasado ecuatoriano está sembrado de luchas potentes de gremios, estudiantes e intelectuales, aunque también es verdad que en ese pasado dominó la estructura jurídica e ideológica de quienes ahora se frotan las manos con las ‘luchas’ de los que protagonizaron el llamado 17S. Bastaría con sonrojarse con las ‘crónicas’ de los medios comerciales a los colegios Mejía y Montúfar cuando en las décadas pasadas solo fueron objeto de estigma y criminalización. Algo parecido con lo que pasa con ciertos gremios y dirigentes que cuando se aprobaban las leyes Trole fueron tachados de ‘impedir el desarrollo nacional (neoliberal)’.