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El Telégrafo
Byron Villacís

No lea editoriales

26 de julio de 2019 - 00:00

Si uno quiere conocer cómo se encuentra una sociedad lo último que debe hacer es leer a columnistas de periódicos. Tan pronto un opinador intenta entender un fenómeno casi siempre deriva en tres alternativas: se inmiscuye superficialmente con indicadores estadísticos prefabricados, hilvana textos reinterpretando análisis anteriores o construye modelos plagados de supuestos abrumadoramente imprácticos. Pareciera más bien que no tienen interés por leer la realidad, sino más bien, por imponer su visión, expandir su influencia o acumular reconocimiento.

Solo de esta forma se explica la significativa cantidad de textos condescendientes e infecundos. Teóricamente, estas opiniones son lecturas de coyuntura que guían el debate político; en la práctica, son confirmaciones ideológicas reconciliadas a temas circunstanciales.

Si uno tiene suficiente exposición a estas ideas tan solo hace falta leer el nombre de autor y uno puede imaginar lo que va a decir respecto a determinado tema. Pareciera que la pregunta que se hacen no es: ¿Cómo puedo entender la realidad de esta cuestión? Sino más bien: ¿Qué debería opinar respecto a ella para que se reafirme mi postura y no arriesgar mis verdades sometidas?

Por supuesto –y como en todo– hay luminosas excepciones. Sin embargo, si uno quiere entender la realidad, hay que salir a la calle. En caso de aventurarse a consumir columnistas, hay que esquivar desde abogados que posicionan sigilosamente sus casos, exburócratas que tratan ideas circulares o hasta arrendatarios de opinión que monetizan la atención.

Entonces, ¿para qué sirven los editoriales? Sirven para historizar a los objetivizadores sociales. Como decía Bourdieu, los clasificadores no solo clasifican objetos sociales sino –sobre todo– clasifican al clasificador. Si quiere conocer la realidad, no lea editoriales, hágalo solo si tiene interés por entender las obsesiones y la matriz ideológica de clases dominantes, más uno que otro garabato astuto y un montón de griteríos de mercader. (O)

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