Decirle a un líder izquierdista que es populista no es muy serio. Quien lo dice tampoco quiere ser alguien serio: el propósito es otro.
Fue en Cuenca en 2012 –no en Quito, ni en Guayaquil- donde el presidente Rafael Correa dijo que la Revolución Ciudadana no es populista. Es popular.
En el siglo XX, el Ecuador tuvo dos grandes demagogos. Don Buca, desde Guayaquil, tal vez hubiera querido ser todo un populista. Velasco Ibarra, desde Quito, tal vez aspiraba a ser él también un gran populista. Pero para ser populista no basta con ser un líder que atrae a las masas, ni con la demagogia.
Las tres grandes experiencias populistas de América Latina se produjeron en México, Argentina y Brasil. Dos –la argentina y la brasileña- coquetearon con el fascismo, y una –la argentina- incluso con el nazismo. El mexicano Lázaro Cárdenas le vendió a los alemanes –con Hitler en el poder- el petróleo expropiado, aunque el conflicto mundial dejó finalmente al populismo mexicano bajo influencia estadounidense.
Los tres le dieron al Estado un lugar importante. Sin embargo, la clave del parecido entre populismo y fascismo estaba en corporativizar a las masas para neutralizarlas: la gracia consistía en hacer pasar los derechos como favores otorgados desde arriba. ¡Si quieres una dádiva, pórtate bien con el poder! La Revolución Ciudadana, en cambio, no ha puesto condiciones al otorgamiento de lo básico para el buen vivir de las mayorías ecuatorianas.
El resultado de los populismos fueron grandes centrales sindicales y organizaciones parecidas dedicadas a transmitir favores y a garantizar que los de abajo se portaran bien. Fue el reino de los intermediarios y de las influencias. Para que haya populismo en el Ecuador tendrían que existir ahora la Central Única de Trabajadores Correístas, la Unión de Mujeres Correístas, las Juventudes Correístas, la Central Nacional de Campesinos Correístas y la Confederación Ecuatoriana de Organizaciones Populares Correístas (además, claro está, de la Federación de Periodistas Correístas Unidos).
“Populista” quiere decir hoy: ¡cuidado con el pueblo! ¡Ahí vienen las montoneras! La emoción se dirige no al pueblo, sino al rico, al de clase media y a la masa informal que cree que vivir es hacerse de privilegios –no de méritos- , por lo que prefiere linchar y votar socialcristiano o SUMA.
