La democracia representativa en Ecuador puede iniciar un proceso de crisis y su atención es urgente luego de los resultados del 24 de marzo, donde en muchos casos se llega al poder con apoyos populares disminuidos.
Los factores son diversos. Para la Alcaldía de Quito el ganador obtuvo el 21,39% y se evidenció una amplia fragmentación: siete de los dieciocho candidatos no tuvieron ni el 1% de la votación. Para esta misma dignidad es preocupante que al momento 73 autoridades electas en todo el país alcanzaron menos del 35%.
El voto informado fue una gran deuda: el Consejo Nacional Electoral habilitó una página para conocer las propuestas, también hubo iniciativas ciudadanas y académicas; pero ante la amplia nómina de candidatos, era humanamente imposible analizar uno por uno.
Esto conllevó a una saturación de la promoción electoral y a la exposición constante de una contaminación visual, con múltiples rostros y diversos colores o números. A futuro es necesario que el fondo de promoción, con dinero público, se analice como parte de las reformas electorales.
Un peligro para el sistema democrático son estrategias políticas basadas en cacicazgos desde ciertos partidos y movimientos que prefieren impulsar figuras de último momento, que les ayuden a mantener la hegemonía política y pública, sin sombras ni disensos, lo que contribuye a una deslegitimación de la participación partidaria. Recordemos la caída progresiva de la confianza en partidos políticos según Latinobarómetro 2018, porque para el caso de Ecuador, con el 18% representa a la institucionalidad con menos credibilidad.
Luego de los resultados, los territorios tendrán que afianzar el diálogo político, las coordinaciones interinstitucionales, la veeduría de la sociedad civil y la confluencia de opiniones heterogéneas. Esto es una ganancia para el ejercicio democrático y por la reivindicación de un nuevo momento para Ecuador, con mayores certezas, novedosas formas de ejercicio del poder público y oportunidades de participación. (O)
