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El Telégrafo
José Velásquez

Déjá vu migratorio

05 de julio de 2021 - 00:40

Agentes de la Patrulla Fronteriza y del Departamento de Seguridad de Estados Unidos localizaron la semana pasada dos refugios de coyoteros en la ciudad de El Paso. Casi la mitad de los 65 migrantes hacinados en estas viviendas eran ecuatorianos.

El desempleo y las quiebras generadas por la pandemia han desatado una inmensa ola migratoria regional. Solo en mayo Estados Unidos detuvo a unas 180.000 personas por intentar ingresar a su territorio de manera irregular. La administración Biden observa con preocupación la frontera con México, donde no se había visto tanto movimiento en 21 años.

Ecuador mientras tanto lleva un registro de viajeros, que luego contrasta con el número de pasajeros que regresan. Es un termómetro eficiente pero que no revela de inmediato la verdadera dimensión del problema porque debe considerar, por ejemplo, la estadía de 180 días que el gobierno mexicano concede a los ecuatorianos por turismo. Es decir, solamente seis meses después de que alguien se embarcó rumbo a México se podrá verificar si volvió o no.

Lo que sí es claro es el repunte de vuelos chárter con destino al país azteca. A pesar de que la mayoría lo niega, el plan es irse para no volver. Las imágenes desgarradoras de las despedidas en los aeropuertos y los rostros confundidos entre el optimismo y el terror son elocuentes. En los pueblos los chulqueros les dan una mano, queriendo o sin querer, a los coyoteros que cobran más de $10.000 por intento (y sin garantías).

Mientras tanto, la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de EE.UU. reportó haber interceptado entre enero y mayo a 30.119 adultos ecuatorianos en la frontera con México. Además de ellos, contabiliza detenciones a 9.582 personas que viajaban en familia y a casi 2.000 niños que cruzaban solos. En mayo se aprehendieron a casi 12.000 de los nuestros, mientras que en octubre, por ejemplo, la cifra era apenas superior a los 2.300 ecuatorianos localizados. La curva ascendente es evidente y alarmante.

Por supuesto, resulta inevitable responsabilizar (al menos parcialmente) a los gobernantes de un país cuando se produce un fenómeno de estas características. Pero no es menos cierto que a veces hay factores ajenos a la administración pública que erosionan las condiciones de vida de un país. En nuestro caso está claro que la pandemia hizo su parte y la gestión del presidente Moreno puso el resto.

El despacho del presidente Lasso poco podrá hacer para ponerle un freno inmediato a la migración porque no hay Rey Midas que resuelva una crisis tan profunda en tan poco tiempo. Pero mientras se enfoca en la creación de oportunidades, pensando en el mediano y largo plazo, deberá redoblar esfuerzos en la asistencia humanitaria a los migrantes. Quizás la manera más eficiente sería nutrir de recursos adicionales a los consulados de Monterrey, Houston y Los Ángeles que ya se encuentran desbordados para intentar ofrecer respuestas a las familias desesperadas en Ecuador y velar por aquellos detenidos en centros de tránsito.

En abril las autoridades fronterizas estadounidenses difundieron un video que mostraba a un coyotero dejando caer desde lo alto del muro fronterizo a dos niñas ecuatorianas (de 3 y 5 años). Luego se informó que habían sido reunificadas con familiares. En junio, la Cancillería confirmó que otro menor de edad ecuatoriano de siete años, abandonado a finales de mayo en el paso entre Ciudad Juárez y El Paso, se reunió finalmente con una tía en Nueva York luego de haber sido trasladado inicialmente a un albergue en California.

La organización 1800-Migrante reporta 13 ecuatorianos desaparecidos en el trayecto en lo que va del año, pero resulta complejo determinar con exactitud el número de personas abandonadas a su suerte entre el desierto y el Río Grande. En 2020 la Patrulla Fronteriza de EE.UU. recuperó más de 250 cadáveres de migrantes; casi todos fueron sepultados en fosas comunes y sin poder determinar sus identidades.

La gente tiene el legítimo derecho a buscar oportunidades en sociedades más solventes o en mercados laborales más amplios; aunque eso signifique violar las leyes del país donde buscan construir un mejor futuro; aunque eso suponga arriesgar sus vidas y endeudar a sus parientes.

Un éxodo, en cámara lenta o en cámara rápida, es el testimonio de un estado con una enorme cuenta pendiente. Alguien se frotará las manos porque en pleno 2020 pandémico ya se rompió el récord de envío de remesas. Alguien quizás se sienta aliviado porque los desempleados que se van salen del cómputo y algunas de las cifras macroeconómicas empezarán a lucir mejor.

Mientras tanto, los 35 ecuatorianos detenidos en esos dos refugios de El Paso fueron enviados a México bajo el Código de Salud Pública por ser considerados una amenaza sanitaria en tiempos de pandemia. Si nada extraño ocurre, regresarán obligadamente a Ecuador. Y si nada los detiene, volverán a intentarlo.

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