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El Telégrafo
José Velásquez

Entre la decepción y la confianza

31 de octubre de 2018 - 00:00

Entre 2008 y 2017, el Ministerio de Educación registró casi mil denuncias de abuso sexual en establecimientos educativos. Pero el número de casos denunciados en la Fiscalía superaba lo que se reportó en las escuelas y fue el sistema judicial el que finalmente actuó como un mejor guardián. Hace un año, por ejemplo, se detuvo en Quito a un profesor acusado de abusar de 84 niños.

El exministro de Educación, Augusto Espinosa, dijo antes de dejar el cargo que estaba al tanto de las denuncias, pero nunca fue acucioso en la investigación ni severo en la sanción. Hoy Espinosa es miembro de la Comisión de Educación de la Asamblea.  

¿Es insólito? Sí. ¿Me sorprende? No. Las instituciones en las que deberíamos confiar nos defraudan. Y tengo la impresión de que somos cada vez más permisivos. La Asamblea no es ningún modelo de buen proceder. Aparte de su cuestionada capacidad para legislar y fiscalizar, ahora sabemos que los asambleístas cobran peaje a sus colaboradores y se tapan.

Que un político nos decepcione es un acto casi cotidiano. Finalmente, las instituciones de mayor credibilidad en el país han sido tradicionalmente la Iglesia católica y las FF.AA. Pero ahora resulta que en algunos cuarteles hay infiltrados de grupos armados al servicio de los carteles de la droga.

Mientras tanto la Iglesia, agobiada por las denuncias de pederastia, decidió expulsar a César Cordero. En julio separó a Luis Fernando Intriago. En abril otro cura fue sentenciado en Cuenca a 13 años de cárcel por abuso sexual. La epidemia de decepción institucional se ha regado incluso por aquellos organismos que ocupan un rol secundario en la sociedad.  

El problema es la contaminación de las instituciones. ¿Qué hacer? Allá en Chile, José Andrés Murillo, abusado sexualmente por el sacerdote Fernando Karadima, junto a otras dos víctimas inició una cruzada que lo llevó a reunirse con el Papa y a provocar una limpieza en la Iglesia en su país.

Murillo creó la Fundación para la Confianza. Su labor es ayudar a las víctimas de abuso o maltrato y empoderarlas para que se involucren en la confección de un mejor país. Dice que hay que confiar en las instituciones, pero hay que saberlas defender de lo que las corroe. Murillo tiene razón. Eso nos falta en Ecuador. (O)

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