Desde el día de hoy me incorporo como columnista para reflexionar sobre los temas sociales y políticos que nos rodean. Soy Decana de la Facultad de Ciencias Sociales y Jurídicas de la Universidad Internacional SEK en Quito. Y desde las aulas universitarias tengo una mirada comprometida con la sociedad, con el presente y con el futuro del país. Son días grises para el Ecuador. Además de la pandemia sanitaria que ha dado la vuelta la vida de todos nosotros, la crisis política y de corrupción nos desmotiva. En nuestro país el futuro es tan incierto que hasta la capacidad de soñar está en pausa.
Mientras tanto nos preparamos para volver a las aulas, aunque sea un retorno virtual, eso sí que da mucha ilusión. Dentro de tantas incertidumbres una de las pocas certezas es que la educación es indispensable para cualquier país. Quienes estudiamos para enseñar enfrentamos el desafío de motivar a generaciones abrumadas con información y con el ruido de la tecnología. Innovamos y aprendemos un nuevo lenguaje constantemente para acercarnos a nuestros estudiantes.
La próxima semana inicia el ciclo escolar en la Sierra y en la Amazonía. Esto implica que los niños y niñas de todo el país volverán a cursar estudios formales, al menos eso es lo que debería pasar, aunque las condiciones actuales generarán un alto porcentaje de deserción, escolar y universitario.
Este año escolar nos presenta muchos desafíos a los padres y a las madres de familia. El tener a los niños en la casa genera un impacto emocional profundo en ellos y desestabiliza la dinámica familiar. La situación económica ha afectado en todos los niveles, en estratos económicos más bajos la supervivencia se ha vuelto lo más relevante y los estudios no entran en las posibilidades. En las familias de clase media y media alta, las condiciones de vida también han variado, ya sea por pérdida de empleos o por disminución de ingresos. Para una educación en casa adecuada es necesario contar con espacios adaptados y alta conectividad a internet.
Ya ha transcurrido medio año que nuestros hijos no han socializado con sus pares y que se han perdido la espontaneidad del juego que a su vez motiva su capacidad de aprendizaje. Está en nosotros, los padres y madres, ayudarles a encontrar la emoción por aprender.
Todo un reto en un país dónde las niñas son forzadas a ser madres.
