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El Telégrafo
Pablo Salgado Jácome

De libros, relatos y asesinos

29 de julio de 2016 - 00:00

Mientras todos los días, la Plaza grande se llena de algún gremio que reclama y demanda soluciones, aunque el Alcalde se oculta y no aparece, sino para inaugurar obras de maquillaje, convertir al parque La Carolina en polideportivo, canchas sintéticas en los barrios y se empeña en la ejecución de soluciones viales que en el corto plazo se convertirán más bien en problemas viales. Mientras digo, en la ciudad se escribe y se publica.

Y se publica sobre todo narrativa. O al menos, a esos libros -de narrativa- quiero referirme ahora. Autores, jóvenes y maduros, que se empeñan en narrar historias de todo tipo, incluso policiales cuyo eje conductor es la intriga en descubrir al asesino. “Por qué regresa a su memoria, de forma insistente, el rostro de Antonio Leiva, en medio de un charco de sangre? Así comienza el libro Los nombres ocultos –Rayuela editorial-, de Diego Araujo Sánchez. Libro que se deja leer casi de un tirón, de la mano de un autor curtido, más bien, en las lides del periodismo escrito. Un episodio real, la muerte del chofer del automóvil presidencial, en 1935, durante la primera administración de Velasco Ibarra, es la historia que se recrea de la mano de un periodista que investiga la muerte, aunque al final -y es un acierto- nunca se devele el misterio.

Y otro crimen es el que se cuenta en La curiosa muerte de María del Río -Alfaguara, premio Miguel Donoso Pareja-, de Juan Pablo Castro. “Casi a nadie sorprendió  -a mí menos, la verdad sea dicha- que el viejo profesor apareciera muerto de esa manera,” es el inicio de la trama que nos lleva por vericuetos e intrigas en la investigación del detective Veintimilla. El escenario es Cuenca, y por sus calles, casas y salones caminan los personajes de la novela -bien estructurados- que poco a poco nos descubre no solo a los asesinos sino también la oculta y desenfrenada vida del profesor universitario. Una corta novela negra que vale la pena leer.

Y otro libro, de un autor que, desde hace rato, camina por la novela policiaca –quizá uno de los pioneros-, es Olvido, de Santiago Páez –con el que, además, se inicia una nueva editorial: Cactus Pink. Es el olvido que intenta ser recuperado a través de instantes. No se busca a un asesino, se buscan los recuerdos. Y es la angustia, desesperación y tristeza de Selma -la protagonista- la que nos conduce por esos momentos capturados en fotografías y que son la única posibilidad de devolverle la memoria.

La Campaña de lectura Eugenio Espejo –en buena hora- no se cansa de publicar. Cada mes nos trae alguna novedad, pues su modelo de gestión le permite no solo publicar con periodicidad sino también garantizar la circulación de tirajes importantes. En estas últimas semanas han aparecido tres títulos que valen la pena reseñar. El primero, una grata sorpresa: la primera novela de un poeta, Bajo la noche, es el libro con el que Antonio Correa debuta en la narrativa. Y lo hace con una mano hábil y experimentada. Un accidente es el que permite hilar toda una trama, en la cual Riascos -el protagonista- nos va desmadejando a través de historias fallidas y perdidas. Hechos recreados de modo entretenido e incluso divertido.   

El segundo es Te Faruru, de Salvador Izquierdo, quien nos vuelve a sorprender con otra novela “rara y extraña,” que, una vez más, rompe los convencionalismos establecidos. Una ruptura deliciosa que vale la pena disfrutar.

Y finalmente, Altanoche, de Andrés Cadena, un libro de cuentos escritos con paciencia y rigor. Todos estos libros son la evidencia de una  persistente actividad  narrativa  en  medio de una ciudad -Quito- que cada vez más nos duele y nos indigna. (O)

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